OPINIóN
Actualizado 26/09/2020
Eutimio Cuesta


Detrás del retablo de la capilla mayor, se esconden los restos de un gran lienzo, correspondiente a un retablo de pintura al fresco, difícil de contemplar en su integridad por falta de espacio. En un principio, por su traza, consideramos que se podía tratar del primer retablo, que se expuso en la iglesia a mediados del siglo XVI, pero la opinión de especialistas en arte estima que puede pertenecer a un periodo posterior, entre finales del XVII y principios de XVIII.

Si tenemos en cuenta la opinión de estos expertos, este retablo presidió la capilla mayor, previamente, al actual; y parece ser que no solo se pintó al fresco el retablo, sino también las paredes laterales del presbiterio y sus frontales, como certifican los restos de pintura descubiertos junto al púlpito y detrás de la sillería del lado de la sacristía.

El retablo estaba dividido en calles y cuerpos, con sus columnas e impostas, enmarcando espacios destinados a la representación de escenas y figuras bíblicas o del santoral.
Aún se conservan en buen estado: el retrato del profeta Isaías de medio cuerpo, contemplativo, con manto y turbante de color rojo en el primer cuerpo; en el segundo, la figura de san Jerónimo, con roquete y manteleta de color púrpura, con su mirada prendida en lo alto, larga barba, calvo, en su mano izquierda, la Biblia y, a sus pies, el león; en el tercero la figura de la Virgen, y en los laterales grandes jarrones de azucenas y en parte de su zócalo.

Es lo que pudo recuperar y restaurar la empresa MURICE, en 1991.

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