OPINIóN
Actualizado 23/09/2020
Juan Antonio Mateos Pérez

"No nos ha sido dada la esperanza, sino por los desesperados". W. BENJAMIN Necesitamos de la historia, pero de otra manera como la necesita el ocioso exquisito en los jardines del saber NIETZSCHE

En la madrugada del 26 al 27 de septiembre, se cumplen 80 años de la muerte del filósofo alemán Walter Benjamin en la localidad fronteriza de Port Bou, uno de los pensadores más importantes e influyentes del siglo pasado. Su concepto de Historia sigue vigente todavía hoy, profetizó que el progreso e industrial puede ser portador de catástrofes sin precedentes, encubadas en la más estricta normalidad de la cotidianidad. Su pensamiento forma parte del canon de los clásicos modernos, con su imaginación y profunda comprensión del siglo XX, en sus obras se percibe las amenazas y catástrofes de la época, pero con la esperanza de que un día todo será diferente.

Hannah Arendt, amiga personal de Benjamin, afirma en sus memorias, que el pensador "escribió sobre filosofía, pero no es un filósofo. Era crítico de arte, pero no historiador del arte. Escribía cuentos, pero en realidad no era un escritor ni un poeta". En su huida a Francia como exiliada, huyendo del nazismo, custodió las "Tesis de la filosofía de la historia". En ellas, Benjamin buscó comprender nuestra situación como seres históricos, finitos y frágiles e intentar establecer una relación de reconciliación y "redención" con el pasado. La propia H. Arent, sigue la estela de Benjamin, presentando al hombre que se pasea por el pasado recolectando instantes de una "feliz melancolía", recuperando fragmentos que son instantes de verdad sostenidos por momentos de sufrimiento.

Sus "Tesis sobre la historia", fueron publicadas en el año 1942 en Los Ángeles, dos años después de su muerte, cuyo primer editor fue Theodor W. Adorno y animada por Max Horkheimer. El borrador de W. Benjamin, fue compuesto en determinados momentos desde el año 1939 a 1940, en diferentes formatos, desde notas escritas en un cuaderno a textos en los bordes de un periódico, enviados por correo a su amiga Gretel Adorno. Es la obra y el alma de un pensador perseguido por el nazismo. El filósofo siente la necesidad de construir una base teórica destinada a sustentar esa historia crítica del origen de la sociedad moderna, un proyecto que dejará inconcluso.

En la novena de sus tesis sobre la filosofía de la historia, realiza un comentario sobre un cuadro del pintor P. Klee, el Angelus Novus. El ángel de la historia mira al pasado con las alas extendidas, con los ojos abiertos observa la catástrofe que se acumula ante él. El historiador y el cronista también miran hacia atrás, pero sólo se preocupan de acumular datos y ordenar los acontecimientos. Lo que a nosotros nos parece una lógica de acontecimientos es para el ángel pura catástrofe, pura dinámica del poder y del dominio. Los que fueron asesinados seguirán muertos, lo que ha sido demolido no se reconstruirá.

El ángel siente, ve los acontecimientos desde los gritos y sufrimientos de las víctimas, los ve por dentro como un profeta político o como un médico que quiere aliviar el dolor, pero no puede. Entre él y el pasado oprimido, se interpone un huracán que le empuja irresistiblemente hacia el futuro. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso. Esa idea que nace en la Ilustración, se desentiende de las víctimas, no se detiene en la solidaridad y el dolor y solo tiene ojos para mirar el futuro.

Walter Benjamin quiso privilegiar el pasado, hacer memoria de las víctimas y el sufrimiento, para mantener abierta la esperanza. En ese camino del amor, de solidaridad radical con las víctimas, recoge lo mejor de la tradición bíblica judía, a través de la obra de Franz Rosenzweig (La estrella de la redención). Benjamin, no era teólogo, ni creyente, desde su pensamiento filosófico, quería encender en el pasado la chispa de la esperanza. Se adentra en territorios desconocidos y propone un modo nuevo de hacer filosofía, un nuevo modo de mirar y atender a las cosas. Le acusaron de hacer teología, pero le dio la bienvenida proponiendo una renovación en el pensar, hay que conservar en la filosofía la esperanza de las religiones. Sólo una cultura del corazón, podrá eliminar la violencia y la negra noche silenciosa que acechaba la cultura europea: El fascismo y el socialismo Marxista.

La noche del 26 al 27 de septiembre de 1940, Walter Benjamin, se suicida en una pensión de Portbou (Gerona) huyendo de los nazis. El pensador judío, crítico literario, traductor, filósofo, nacido en Alemania, acaba con su vida por una sobredosis de morfina, apenas tenía 48 años y sus sueños de una cultura europea más justa y solidaria se desvanecieron entre el miedo y la desesperación. Franco negaba el paso de los refugiados por territorio español hacia Lisboa, al día siguiente serían deportados todos a Francia. No podía más, y acudió al suicidio, era en Benjamin una vieja querencia. A finales de febrero de 1939, la Gestapo le retiró la nacionalidad alemana. No podía abandonar Francia. Era el fin de un intento desesperado por llegar a Portugal y emigrar a América.

Rogó que hicieran saber a su hijo y al filósofo Adorno, su amigo, que no podía más. Allí muere solo y derrotado, cerca del lugar donde Antonio Machado escribió sus últimos versos, nostálgico de utopía. Una vez más, acudió la historia con su ironía, las autoridades franquistas, permitieron al día siguiente el paso de los refugiados. Según algunas versiones su muerte conmovió, si así fuera se cumplió la hondura de uno de sus más profundos pensamientos: "No nos ha sido dada la esperanza, sino por los desesperados". Su desesperanza fue la esperanza para sus compañeros de huida que pudieron pasar la frontera, será una de sus acompañantes quien pagará su sepultura.

A los 80 años de la muerte de Benjamin, nuestro mundo, dominado por la ciencia y la técnica, no ha podido eliminar la angustia de la pregunta por el sentido. Walter Benjamin, no ha perdido la esperanza, su utopía es una manera de estar en el mundo, de vivirlo como una realidad imperfecta, pero apuntando a una realidad más auténtica que debería estar presente en la dimensión de lo real, apuntando una posibilidad y coexistiendo con él, siendo una crítica espontánea de lo establecido. Una realidad, como nos recordaba Ernesto Sábato, que oscila entre la desesperación y la esperanza, que es la que siempre prevalece. La época de Benjamin estuvo atravesada por la catástrofe, pero también por la esperanza. Aferrémonos a esa dialéctica de la esperanza en medio de nuestras crisis, recorriéndolo siempre de la mano de las víctimas.

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