OPINIóN
Actualizado 13/09/2020
Carlos Javier Salgado Fuentes

Dentro de un mes, se cumplirán cien años del Motín de Vitigudino de 1920, centenario de un peculiar acontecimiento histórico que, desgraciadamente, parece que pasará sin pena ni gloria por la villa, tal y como ocurrió el pasado año con el 850 aniversario de la primera mención escrita de Vitigudino, que pasó sin que desde las instituciones locales, provinciales, autonómicas o estatales se quisiese recordar de ninguna manera.

Ahora, a un mes vista del centenario del Motín, aún se está a tiempo de recordarlo de alguna manera por parte del consistorio vitigudinense, o incluso aprovechar a ganar tiempo para una posible conmemoración aplazando actividades a desarrollar más adelante, dada la situación epidémica en la que nos hallamos que, ciertamente, aconseja que los actos que puedan implicar asistencia de público, se desarrollen cuando el contexto sea más favorable que el actual en lo sanitario.

En todo caso, convendría que, si se quiere organizar algo desde las instituciones locales, empiecen a moverse sin demorarlo demasiado, e ir barajando posibles actividades conmemorativas de dicho centenario, independientemente de que luego las mismas se tengan que aplazar o no en función de la situación sanitaria, pero debería, al menos, tenerse un plan formado para poder hacer algo, y no exponernos a que ocurra lo mismo que con el 850 aniversario, del que uno tiene sus dudas de si realmente hubo voluntad de haberlo conmemorado de alguna manera, pues en la concejala de cultura sí aprecié ánimo de realizar actividades al tratar el asunto con ella, pero desconozco dónde se truncó posteriormente esa posibilidad.

Ciertamente, creo que el centenario del Motín de Vitigudino nos brinda una oportunidad no sólo de conocer qué paso en aquellos días de octubre de 1920, sino también de saber cómo era la sociedad de entonces, y poder valorar los sacrificios de aquellas generaciones de paisanos sin las cuales las actuales no estaríamos aquí.

Por otro lado, el Motín de Viti de 1920 se dio en un contexto marcado por la aún cercana Primera Guerra Mundial (1914-1918) y una carestía de las subsistencias cronificada tanto en los años de la Gran Guerra como en una posguerra que España, pese a ser un país neutral, también sufrió en lo económico.

Y es que la Europa posterior a aquel conflicto bélico agonizaba con sus campos destrozados por la guerra química y los bombardeos, y demandaba unos alimentos vitales para combatir el hambre, pero que también hacían falta en aquellas zonas donde el campo no se había visto dañado y en el que los alimentos frecuentemente se exportaban sin asegurar las necesidades alimenticias del país, provocando una escasez y un aumento de los precios de los bienes básicos, dando lugar a algunos motines como el de Vitigudino de octubre de 1920.

Hoy, que tenemos desterradas las hambrunas en nuestros pueblos, vivimos olvidando a aquellos que las sufrieron y que, ante la escasez de alimentos, preferían quitarse un bocado de su boca para ofrecérselo a sus hijos o nietos, buscando con ello no sólo asegurar la pervivencia de los más débiles de sus seres queridos, sino también el relevo generacional que mantuvo vivas nuestras comarcas el resto de siglo. Justo sería que, en memoria de su sacrificio, se recordase a los que se levantaron en Vitigudino el 13 de octubre de 1920 pidiendo que se dejase en nuestra zona la parte de alimentos necesaria para evitar hambrunas.

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