OPINIóN
Actualizado 12/09/2020
Ángel González Quesada

"El peor enemigo de la creatividad es el sentido común". PABLO PICASSO

"Al menos un protagonista que no sea blanco; al menos un 30% de personajes secundarios mujeres, minorías, LGTB-TIQ o discapacitados; o que el tema principal trate sobre uno de estos grupos infrarrepresentados en pantalla". La noticia de que los organizadores de los premios Oscar exigirán a las películas estas "condiciones" para poder optar a la estatuilla a la mejor película, despierta una reflexión antigua que, si bien merece un estudio pormenorizado y un debate mucho mayor que el que pueda provocar un simple artículo de opinión, no deja de ser oportuna en este momento de tribulación y reescritura de valores, aunque lo sea más descaradamente desde que la política colonizó completamente la programación y difusión cultural. Por ello es hora, si no fuese ya tarde, de reivindicar el sentido simbólico de la frase de Gertrude Stein que sirve de título a este artículo, y oponerse y denunciar en alta voz la confusión interesada entre la transmisión y asentamiento de los valores educativos de solidaridad y justicia igualitaria que han de impregnar las actividades sociales y de socialización, con la exigencia de dotar a cada creación artística, para ser considerada válida, de componentes, alusiones o contenidos de integración, lo que sin duda condicionará no solo la libérrima opción creativa del o los artistas, sino que despojará de autenticidad cualquier producto cultural que haya obligatoriamente de incluir en su esencia o su contenido "cuotas" humanitarias, convirtiendo la actividad cultural en una suerte de ejercicio de paternalismo educativo, de asignatura de valores éticos, de educación ciudadana, que en nada beneficia, sino todo lo contrario, el talento creativo.

No se confunda el párrafo anterior con un rechazo a las admirables luchas y conquistas y por el reconocimiento de minorías marginadas o sojuzgadas otrora, y todavía; luchas que en todo el orbe hoy iluminan de esperanza la dignidad de muchos (sexo, raza, religión, orientación e identidad sexuales, historia, procedencia, lengua, creencia...), y de las que quien esto firma se confiesa militante, admirador, cómplice y co-responsable. Movimientos como #meToo, #oscarssowhite o #blackLivesMatter han removido el barro de la injusticia, consiguiendo logros impensables hasta no más ayer. Pero la "exigencia" de que las obras artísticas (en el caso citado, las películas que opten al Oscar, pero también las obras plásticas que quieran acceder a determinados espacios expositivos, los proyectos culturales que quieran optar a ciertas ayudas y apoyos, los montajes teatrales y/o musicales que cuestionen las creencias (o gustos) de los programadores, etc.) tengan que "contener", tanto en el equipo técnico de su realización (lo que, en cierto modo, sería comprensible) como, sobre todo, en su contenido esencial, artístico y creativo, es decir, en su misma naturaleza, porcentajes fijados que denoten respeto e inclusión de minorías, se torna como poco un condicionamiento inaceptable para la creatividad de un autor o autores que verán, de ese modo, cercenada su libertad creativa. Y recuerda demasiado aquella impuesta "función social del Arte", que generó páramos de arte doctrinal (y celdas del Gulag) en regímenes políticos totalitarios.

La sensibilidad social, la solidaridad y el respeto por las minorías, la igualdad y la justicia, como valores supremos que la sociedad ha de ejercitar, no se consiguen exigiendo la colonización del pensamiento creativo, sino con una indesmayable labor educativa desde la infancia, con programas permanentes de formación e información que con carácter general sean accesibles, atractivos y comprensibles, además de con una actitud coherente y ejemplificadora en cuanto al funcionamiento institucional. De esta forma, la capacidad crítica de las personas y de las colectividades de que forman parte, el nivel cultural y la capacidad de apreciación, discernimiento y juicio colectivo e individual, dispondrán de las herramientas de razonamiento y análisis para aceptar o rechazar aquellas obras (artísticas, culturales, sociales) que, a su juicio, no reúnan las condiciones que, en cualquier aspecto, les sean exigibles por la sensibilidad o los principios de cada uno. Condicionar el contenido de la creación artística, manipularlo, dirigirlo o condicionarlo (chantajearlo) para tratar de que el espectador "aprenda" o "se empape" de ciertos valores, por muy respetables que sean, por el hecho de verlos no solo reflejados sino "incluidos" en los objetos artísticos o en los personajes y tramas de ficción, dice bien poco del respeto por la creación artística de quienes semejante cosa exigen, además de revelar la escasa consideración por la inteligencia de los espectadores y su capacidad de discernimiento, reduciéndolos a la condición seguidista de imitadores, bocas abiertas, repetidores o fans.

Así como el concepto "juguete educativo" despojó de su valor lúdico e imaginativo la celebración del juego y su disfrute, la exigencia de un contenido obligatorio en las obras de arte, bajo pena de exclusión, cambia diametralmente el punto de vista del juicio que puedan merecer, una forma de empezar la casa por el tejado, convirtiendo su "valor" en un apriorismo educativo ya juzgado y valorado antes de su exhibición pública. Querer convertir, por obligación, la creación artística en una extensión de la educación, despojándola de sus valores inherentes de comunicación, discrepancia y libre expresión, significa reconocer implícitamente un escalofriante fracaso educativo que está impidiendo a las personas adquirir la suficiente capacidad de juicio sobre las creaciones artísticas. Lo más grave, sin embargo, no es el chantaje a los artistas para cumplir ciertos requisitos que hagan "viable" su obra, sino que esas puertas que "permiten" la exhibición de la obra artística, la califican, la autorizan o la prohíben, son abiertas o cerradas en base a intereses económicos, lo que significa que el beneficio, la plusvalía y la rentabilidad dictan hoy cómo y qué es el Arte.

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