Si se siembra, se recoge. Dios nos da la semilla, pero somos nosotros los que tenemos que sembrarla. Él se encargará de hacerla crecer, con nuestra ayuda, claro está. No hay crecimiento sin Dios; pero tampoco hay fruto si la persona no colabora con Dios. Todo o casi todo lo hace el Señor; pero es el ser humano el que tiene que colaborar con él, o por lo menos, dejarle que él haga su obra y no estorbarle.
Dios llama a personas concretas: Abraham, Moisés, para prestar un servicio comunitario; por su servicio todas las comunidades de la tierra serán benditas por medio de ellos (Éx 1,3-6).
Jesús elige a Doce de entre los discípulos para continuar su obra. La misión va destinada, originariamente, a "las ovejas perdidas de la casa de Israel". Su programa misionero comprende dos momentos: el anuncio del reino y la realización de los signos mesiánicos. Palabra y acción. Deberán anunciar con palabras y obras que está llegando el Reino de los Cielos. Jesús manda a los apóstoles a anunciar la Buena Noticia. Y esto es lo que nos manda, también, a todos y a cada uno de nosotros, el ir al mundo entero y proclamar el Evangelio, es decir, llevar la esperanza a los enfermos, a los pobres, a los que sufren, a los huérfanos, a los moribundos, a los que dudan que Dios exista en medio de los seres humanos. No se puede anunciar la Buena noticia sin ser testigo de la resurrección y con cara triste.
Somos las manos de Dios; él nos necesita para seguir bendiciendo, curando, acariciando. Él pide que le prestemos los pies para seguir caminando.
Dios nos necesita, aunque todo o casi todo lo haga él. J. L. Martín Descalzo nos dice:
"Sólo Dios puede dar la vida; pero tú puedes ayudar a transmitirla.
Sólo Dios puede dar la fe; pero tú puedes dar tu testimonio.
Sólo Dios es el autor de la esperanza; pero tú puedes hacer lo posible.
Sólo Dios puede dar amor; pero tú puedes enseñar a otros cómo se ama.
Sólo Dios puede hacer lo imposible; pero tú puedes hacer lo posible?".