Entre los escombros de lo que la emergencia sanitaria ha amontonado en nuestra cabeza, no son pocos los restos de libertad que a jirones perdemos cada mañana, cuando las cifras, los porcentajes, la estadística y el puro miedo nos dificultan el volver a ser verticales, osados y libres. Asuntos que no más ayer parecían centro y clave de nuestro universo, y por los que merecía la lucha tener sentido, como la libertad de expresión, aparecen hoy arrumbados tras el temor, el temblor y la cobardía de quienes debieran protegerlos. Columnas cuya fuerza sostenía nuestra convivencia, y el valor de nuestra convivencia, como la libertad de expresión, son hoy apenas trazos de memoria de batallas antiguas convertidas de repente en fútiles trifulcas.
Coinciden estos días las noticias del inicio en Francia del juicio por los atentados contra la revista 'Charlie Hebdo', en enero de 2015, con un cierto rifirrafe periodístico en España, a raíz de la exhibición del (primer) cartel publicitario de la serie televisiva Patria, basada en una novela de Fernando Aramburu. En ambos casos, aunque muy diferentes en cuanto a su contenido, su importancia y su sentido, entra en juego el núcleo, la consideración y el valor que damos a ese concepto que hemos dado en llamar libertad de expresión y el respeto que hoy nos merece.
En el primer caso, además de juzgarse la responsabilidad penal en el asesinato de 17 personas, se plantea también una reflexión paralela sobre los límites de la libertad de expresión, y se constata un evidente retroceso en su ejercicio y defensa, que a pesar de las ampulosas declaraciones oficiales, manifiestos, manifestaciones e irrenunciables intenciones, quedó gravemente herida, no solo en Francia y no solo por aquellos criminales atentados, minada gradualmente por el temor, diezmada en el pensamiento colectivo por el miedo y reducido su ejercicio a un acto de valor individual. Tras otros muchos atentados terroristas por todo el mundo, en lugar de la defensa del concepto de libertad de expresión, las instituciones de los países llamados "occidentales" han preferido, a causa de unas convicciones democráticas cuya levedad denuncian sus silencios, la defensa judicial de esa libertad, y las empresas, tanto periodísticas como de difusión literaria, y las entidades culturales en general, tanto públicas como privadas, han preferido, por miedo a posibles represalias y un inocultable interés comercial, renunciar a acoger proyectos, publicaciones, autores o realizaciones que no hayan pasado previamente sus filtros de "adecuación", lamentablemente condicionados ya por una autocensura más mezquina que empobrecedora, más indigna que antidemocrática.
Respecto al cartel publicitario de la serie televisiva Patria, en el que se mostraba a una víctima asesinada por la banda ETA en el suelo y al lado un terrorista supuestamente torturado por la policía, tras las críticas y presiones realizadas sobre la compañía productora de la serie, ésta ha decidido retirar el cartel y sustituirlo por otro cuya imagen neutra no molestase a quienes protestaron por el anterior (asociaciones españolas de víctimas del terrorismo y otros colectivos que abominaban del paralelismo que, supuestamente, se establecía en el cartel entre las dos imágenes).
No serán estas líneas las que establezcan paralelismo alguno entre víctimas y verdugos, ni aboguen por la defensa en ningún sentido de la barbarie terrorista de ETA, pero sí cuestionar la superficialidad de los juicios de valor incluso sobre las obras artísticas de ficción, y el ánimo inquisitorial que quiere colonizar el pensamiento de cualquier creador para adaptarlo a una sensibilidad concreta. Si en el territorio moral está perfectamente diferenciada la víctima del verdugo, ello no puede trasladarse a condicionar la creación artística, siempre abierta, artísticamente también, a la crítica. Es por eso por lo que una tragedia como la vivida por este país durante décadas con los crímenes de la sanguinaria organización terrorista ETA, no puede convertirse, además, en una rémora para la imaginación y el arte, ni en cortapisa a la expresión, que no defensa, de un punto de vista artístico sobre una obra de ficción. Llegaríamos, en esa realidad, a la papanatería de solo poder realizar obras de ficción donde los perdedores de cualquier guerra que hubiésemos ganado, los asesinos, los dictadores o cualquier delincuente, por muy reales que históricamente fuesen, no pudiesen ser tratados por la ficción y la creación artística como personajes, salvo adaptándose a la opinión que de ellos tuviese un determinado colectivo. La retirada del cartel inicial de Patria por HBO es una muestra más de esa adaptación general que está convirtiendo la libertad de expresión, y consecuentemente la creación artística, en algo muy parecido a esa aberración que conocemos como "lo políticamente correcto".
Exposiciones, obras de teatro, rodajes, muestras, encuentros y foros artísticos de todo tipo, colecciones, proyectos, propuestas y trabajos artísticos de toda índole, sufren actualmente esta regresión imparable de la libertad de expresión, y es en ámbitos que no trascienden hacia los medios de comunicación, pequeñas poblaciones principalmente, donde censores de toda laya con capacidad de intromisión, colonizan la creación artística convirtiendo la libérrima opción de juzgar en escombros.