OPINIóN
Actualizado 05/09/2020
Tomás González Blázquez

Inevitablemente, hice una lista mental de contactos estrechos, rastreando mis propios pasos en los últimos días, cuando, casi culminadas mis vacaciones, me informaron de que, tras quince días ausente del trabajo, el departamento de Salud Laboral me indicaba realizar la prueba de detección de ARN del célebre SARS-CoV-2 mediante la técnica PCR, previa invasión frotadora de faringe y fosas nasales. Me saltó la lágrima, sí, pero después de haberme sorprendido, y entristecido, por la cantidad de profesionales sanitarios que nos juntamos en poco espacio para someternos a la prueba, sin cita previa ni nada parecido. ¡Dando ejemplo! Casi veinticuatro horas después (mucho antes que otros compañeros, tuve suerte), supe que no se detectaba ARN de coronavirus en la muestra que me tomaron y, aliviado, en cierto modo se difuminaba la lista que mi mente había elaborado.


Eso creía. Porque de algunos contactos estrechos no logro liberarme y no tengo inconveniente en compartirlos, por si le sirven de algo al Ministerio de Rastreo y Cogobernanza, entre fuego y fuego del castillo artificial, entre episodio y episodio del relato eterno al que se viene degradando en estos tiempos, los nuestros, la comunicación entre gobernantes (algunos se enzarzan entre sí en redes sociales incluso) y gobernados (también magullados en esa zarza que sí se consume y consume).


No me importa admitir que llevo unos días en contacto casi permanente con la preocupación por la vuelta al colegio de mi hijo mayor y el estreno de la pequeña. Primero de Primaria y Primero de Infantil. Cada vez que leo o escucho eso de "los niños casi no lo transmiten" me preocupa la naturalidad con que se afirma lo que no está demostrado. Respeto la tranquilidad ajena pero eso no atenúa la preocupación propia. El mensaje generalizado de los centros escolares como "lugar seguro" tampoco me parece honesto, por mucho que se hayan esforzado sus equipos directivos, docentes, personal de servicios?, que lo han hecho. Su seguridad depende en parte de las medidas preventivas que se apliquen pero, sobre todo, de la situación epidemiológica de la comunidad en la que se hallen esos centros escolares. Una realidad dinámica que, por lo que dice la autoridad sanitaria, requiere una serie de restricciones actualmente en la ciudad de Salamanca: ¿esto excluye a sus colegios el próximo miércoles?, ¿se decidirá algo antes?, ¿por qué restricciones de una semana cuando para una adecuada evaluación son preferibles dos?


Otro contacto ocasional lo mantengo con el negacionismo de la pandemia, del virus o de ambas realidades. No lo busco, pero me aparece, y a veces, pocas, me intereso por él. No debe confundirse al negacionista con quien sostiene posturas críticas respecto a la gestión de la pandemia, aunque algunos de los negacionistas de más de un tercio de los fallecidos por el virus en España son a su vez muy críticos con los negacionistas al uso, en estas paradojas de la vida y de la Historia. Los negacionistas más recalcitrantes directamente niegan los otros dos tercios de muertes. Los más osados, por su parte, dijeron en marzo que apenas moriría gente por coronavirus y ahora atribuyen las muertes a otras causas.


Consciente de mis muchas limitaciones, de las barreras de mis pacientes y desde una consulta que jamás he cerrado, como no han cerrado la suya miles y miles de médicos en los centros de salud españoles, me propongo conservar mi contacto con la Medicina como lo que es, no una ciencia, sino un arte práctica, que no se ajusta a la positividad o negatividad de una PCR, aunque eso nos fastidie: ¡ojalá fuera todo más fácil! Es la Medicina como profesión milenaria que no puede ser diluida en sistemas sanitarios, organizaciones empresariales o intereses políticos, como ocurre a menudo por desgracia. Es la Medicina aguafiestas que sigue prescribiendo aislamientos preventivos: sí, la prevención, el patito feo de todos los consejos médicos porque no cura nada aparentemente, y aunque los más preocupados por la economía no terminen de admitir que gracias a ella se ahorra mucho a medio y largo plazo (¿acaso debemos seguir con este modelo económico cortoplacista?, ¿es indiscutible?). En definitiva, la Medicina compleja y humanista que no cabe en la simpleza de un protocolo ya que, cada día, en cada acto médico, hay flechas que nos conducen al apasionante espacio de la incertidumbre donde negar, inhibirse o despotricar sin más nunca es una opción. Porque allí, en ese lugar sagrado, sola y débil, se encuentra una persona.

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