Cañada Real de la Plata, en San Pedro Rozados (Salamanca). Foto de Santiago Bayon Vera
Cañada Real de la Plata, en San Pedro Rozados (Salamanca). Foto de Santiago Bayon Vera


OPINIóN
Actualizado 02/09/2020
Santiago Bayón Vera

Tanta subida y bajada desde las tierras altas del Norte a los llanos del Sur, tanto trasiego repetido, no años sino siglos, tuvo sus frutos y no insignificantes. Unos y otros, los naturales de cualquiera de las regiones inicio, meta o paso de cañadas, terminaron por intercambiar bailes, risas y recetas. Se aproximaron así comarcas tan distantes como León y Soria de una Extremadura cuyo nombre le viene de encontrarse en los extremos del Reino. Y mucho antes de que existieran carreteras asfaltadas o el ferrocarril, fueron los pastores quienes abrieron los ojos, los oídos y la mente de pueblos enteros con sus distintas costumbres, leyendas y tradiciones gastronómicas.

Cuando abulenses, sorianos y leoneses descubrieron el aceite de oliva virgen, probaron su sabor en sopas y gazpachos, lo contrastaron con el sebo o la manteca que utilizaban sus abuelas y sus madres ¿cuánto tardaron en abandonar esa grasa que viraba a rancio en poco tiempo y trocarlo por el líquido sol que revive el estómago y el gusto?

Y el jamón o el tocino de los cerdos negros, criados al aire libre con la bellota gruesa y dulce de la encina extremeña, enjuto y graso a un tiempo, se les tuvo que hacer imprescindible. Por eso no había rebaño en el que no hiciesen caminol junto a las merinas, de vuelta a la montaña, estos cerdos ibéricos comprados en invierno que la familia terminaría de engordar para la matanza. Y al otoño siguiente se cerraba el círculo cuando ese pastor regresaba a las dehesas del Sur llevando en el zurrón al cerdo transformado en chorizos y chacinas.

Así, a lo largo de las vías pecuarias se fueron sucediendo los platos de patatas cocidas con el mismo pimentón y nombre diferente, desde el recio atascaburras manchego, que lleva bacalao, a las patatas encarnas del País de Maragatos, al Norte de León, pasando por las papas revolconas que en Extremadura se visten de fiesta con rodajas de chorizo o de huevo cocido.

Guisos muy parecidos celebran idénticas fiestas, idénticos ritos. A mediados de febrero se cortaban los rabos a los corderos recién nacidos, y los que no se vendían se pelaban, asaban y después se ponían a cocer en el caldero con aceite, ajos, cebollas, pimentón, laurel y azafrán. Espárragos montañeses, rabada o rabote se denominaba este plato singular, tan antiguo como la Mesta.

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