Desliza su dedo índice por los lomos de los libros de la estantería en busca de aquel volumen que hace tiempo pensó que debería incorporar a la bibliografía del curso, pero no lo encuentra. Recuerda que tenía un capítulo de especial interés para una de las lecciones y que entonces pensó que serviría para abrir una discusión interesante porque mantenía una visión original y provocadora. Desiste en el empeño y vuelve al ordenador para continuar con la tarea. Pensativo ante la pantalla duda del sentido de lo que está haciendo. La universidad ha estado cerrada por vacaciones unas semanas y no tiene claro si se habrán matriculado estudiantes en su asignatura en número suficiente para que se active. Al contrario de su colega chilena no está preocupado porque tenga o no estudiantes ya que a fin de mes cobrará el sueldo de siempre que solo una vez, hará unos diez años, se redujo en torno al cinco por ciento. Únicamente le molesta que se rompa la rutina de tantos años.
Acaba de llamar a la secretaría del centro para conocer las directrices sobre el desarrollo de la docencia tras haber recibido un mensaje donde se dice que la ciudad vuelve a estar en cuarentena a partir de esta mañana. Se han tomado precauciones desde hace meses y hay varios planes urdidos en función del escenario que se pudiera dar, así que entiende que todo está bajo control. Además, ha recibido distintos seminarios virtuales para adaptar su enseñanza a la plataforma utilizada, igualmente tiene ideas claras de cómo hacer las presentaciones e incorporar videos cortos y láminas que ha preparado minuciosamente. Le choca que su colega español no esté al tanto de esas cosas y que su universidad apenas si se haya preocupado por articular un sistema de docencia amable; reconoce que no está preocupada porque es persona acomodaticia y de hábitos previsibles, asimismo sus honorarios pocas veces han faltado. La secretaria le informa que su curso se ha suspendido. Desde hace tiempo no tendrá trabajo el cuatrimestre.