Aquí, realmente, hay mucha corrupción, y no solo real.
(Fernando Savater)
Juan Carlos I se ha enrocado mediante los dos movimientos clásicos: el desplazamiento de su casilla inicial y el despliegue de las piezas de su color en su defensa. (Aunque la mejor defensa, ya se sabe, es un buen ataque). Proliferan desde su huida las declaraciones, manifiestos y alegatos en su favor, con tal insistencia que parecería, por su estilo y su contenido ?bastante coincidentes?, una excusatio non petita y una manifiesta acusación. Pues, vamos a ver, señores, no hay para tanto: Juan Carlos de Borbón se halla en un resort de lujo en un exótico país y no yendo de rodillas hacia la guillotina. Y le imaginamos bien protegido, aunque el ministro de Interior no se haya enterado de su paradero hasta hace poco. Lo demás no son sino comentarios legítimos en un país donde se supone que reina, con perdón, la libertad de expresión.
Véase, por ejemplo, lo que dice Fernando Savater, uno de nuestros filósofos de guardia: "ha hecho mal [el ex rey], pero de quedar mal a ser un delincuente hay mucha diferencia. Aquí, realmente, hay mucha corrupción y no solo real" (El País de 23/8/2020). Genial. Esto encaja bien en lo dicho sobre la acusación: se admite que el rey es corrupto (no solo el rey, ok, pero también el rey) y se cree que eso se justifica porque también otros son corruptos. Y este es el Savater que no hace tanto nos daba lecciones de ética para dar y tomar. Poco nos ilumina esta vez. Pues, como decía Valle, "triste es tener que consolarse con el mal ejemplo de los otros", un absurdo moral que es "el pecado original de España" (La corte de los milagros). Y, por otro lado, ¿qué es lo propio de los delincuentes, Sr. Savater, sino hacer el mal? En fin, como diría mi abuela, "quien mucho habla, mucho yerra".
Pero lo más notable en este juego de peones del rey ha sido el manifiesto de 75 ex ministros y altos cargos de la democracia reciente (ignoramos por qué no se indican los meritorios servicios de alguno de los firmantes al régimen anterior, como es el caso de Martín Villa, Oreja Aguirre, Sánchez Terán y algún otro). No vamos a entrar, de momento, en lo que dice este manifiesto, ejemplo señero de esa excusatio non petita mencionada, sino que sólo veremos un poco de lo que no dice y cómo dice lo que dice.
La norma del castellano quiere que "rey" vaya en minúscula, lo mismo que papa, príncipe, obispo, etc. Pero el manifiesto citado lo ignora. Puesto que, según sus autores, se falta al "debido respeto" al rey huido, quizá tratan de remediarlo empezando por ahí. Y, puestos a eso, mejor hubiera sido referirse a "Su Majestad", "Su Alteza Real" o algo similar para no violar las normas ortográficas, que también piden un respeto. La carta de despedida de Juan Carlos enviada a su real hijo también incurre en ese pequeño error, pero es disculpable teniendo en cuenta que por desgracia este borbón se educó entre tutores castrenses y clérigos, más bien adictos a las mayúsculas, las hipérboles y los disparos dialécticos.
Y, como decimos, ahí está brillando por su ausencia el meollo de la cuestión: ¿de qué estamos hablando, sea en mester de clerecía o en lenguaje llano? De "determinadas actividades del rey, que han excitado la proliferación de condenas" (dice el manifiesto); de "ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada" (dice la carta), lo que nos recuerda aquello de "esa persona de la que usted me habla", del inefable M. Rajoy y otros circunloquios cortesanos. De enriquecimiento ilegal, tráfico de influencias y cosas así habla el vulgo ignorante y la prensa canallesca, que señalan con el dedo lo que ven con los ojos y se preguntan: ¿tanto cuesta llamar a las cosas por su nombre? Y, si tan bueno es el Rey, ¿por qué se ha ido?.
(Me temo que esta historia continuará, y no para el gusto de todas las piezas del tablero).