OPINIóN
Actualizado 25/08/2020
Francisco Delgado

El miedo es un mecanismo de defensa que la especie humana comparte con todas las especies animales. Es una señal de alerta de que un peligro para la propia integridad o supervivencia está cercano. Como por ejemplo la epidemia del Covid19 que estamos sufriendo.

Pero el miedo es una línea continua que va desde débiles señales de alerta a vivencias intensísimas de peligro grave y/o inminente. La vivencia de cada individuo se extiende entre negar que exista ese peligro ( es el nivel máximo de temor, pues es la negación de la realidad, un deseo alucinatorio, como ocurre en los sueños) y una cierta incomodidad por tener que contar con él, para lograr una mínima tranquilidad. Entre los dos polos del miedo nos situamos todos los humanos.

Ahora bien, el miedo tiene "mil caras" para manifestarse, como escribió J. Campbell sobre el héroe, en su interesante libro "El héroe de las mil caras". No hay ningún héroe libre de miedo y ninguna persona con miedo que no pueda ser un héroe. ¡Cuántas veces he oído a algún amigo médico, de los que han estado durante toda la batalla de la pandemia al pie del cañón decirme "¡Qué miedo he pasado!"!. Héroes que han pasado miedo, en un nivel de intensidad mucho menor que los cientos (¿o miles?) de ciudadanos que al comprobar que tenían alguno de los cada vez más numerosos síntomas que se citan como característicos del coronavirus, han acudido presurosos a su centro de salud.

Diario.es publicaba un artículo la semana pasada informando de que los ambulatorios de todas las CCAA de nuestro país ( los que han permanecido abiertos, pues otros han cerrado) han estado desbordados, durante todo el verano, por consultas de ciudadanos temerosos de estar contagiados, al detectar alguno de los nuevos síntomas del virus, que se publican demasiado alegremente. Los cientos de ciudadanas/os que han abarrotado las consultas, se pueden agrupar en tres categorías: un porcentaje ( el menor de los tres) que, sometidos a diagnóstico, dieron positivo en la PCR, otro porcentaje que acudió a las consultas por salir de la duda, llevados por su sentimiento de responsabilidad hacia los demás, y el tercer porcentaje ( el más numeroso) cuya motivación básica era el miedo subjetivo: un mínimo dolor de garganta, un pasajero dolor de cabeza, un trastorno digestivo puntual?eran, en este grupo la cara del miedo, que se multiplicaba tanto como los contagios reales.

No estamos acostumbrados ni familiarizados con el hecho cotidiano de que una emoción, un afecto, un sentimiento que no encuentra salida de expresión mediante las palabras, se convierta en un síntoma físico; la mayoría de los médicos, de los psiquiatras, de los psicólogos clínicos, comprueban estas "somatizaciones" en sus consultas cotidianas. La mayoría de la población sigue pensando, (pues durante siglos el cuerpo y la psique han sido entidades separadas) que las emociones y los afectos van por un camino y los fenómenos físicos por otra.

Cada vez más los epidemiólogos nos repiten que "hay que acostumbrarse a convivir con este virus". Yo añadiría que también debemos ir acostumbrándonos a vivir con nuestros pequeños miedos, esos que son las mil caras de un único Miedo, que todos compartimos: el inevitable miedo a la muerte.

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