OPINIóN
Actualizado 07/08/2020
Juan Robles

Los judíos eran lo más radicalmente opuesto al emperador romano, al César

En estos días, en los que tanto hablamos del Rey vigente y del rey emérito, se me viene a la mente continuamente aquel pasaje recogido por el evangelista Juan en el capítulo 19 (15), narrando el juicio de Pilato al justo Jesús de Nazaret. Cuando los judíos le apuran diciendo que si no condena a Jesús no es amigo del César, él se sienta en el trono de juez y les pregunta a sus acusadores: "¿A vuestro rey voy a crucificar?" Y respondieron vociferando los sumos sacerdotes (nada menos que el alto clero): "No tenemos más rey que el César". Pilato se lavó las manos, y sentenció la muerte.

Nos encontramos hoy ante un juicio similar. Con el mismo inconveniente que entonces: que el juicio popular, con sus jerifaltes a la cabeza, ya está hecho, previo al pronunciamiento del juez autorizado para juzgar el caso, que entonces no encontraba culpabilidad en aquel hombre, pero que, por miedo a perder el poder y la influencia, como hacemos tantas veces, se lavó las manos y pronunció la condena entregándoselo para que lo crucificaran.

También ahora tenemos a la vista, no ya uno sino dos reyes. Y, de momento, toca pronunciarse sobre el rey emérito, que se ha visto obligado a un exilio voluntario, pero al que ni siquiera se le otorga la libertad para tomárselo, y ni se respeta su presunción de inocencia, porque están empeñados en que se someta al veredicto de la justicia (su justicia), según el juicio que ellos han dado ya previamente. Siendo así que ya él ha manifestado su disponibilidad a someterse a la reclamación de la justicia española.

El problema es que estamos ante el primer asalto. Da la impresión de que el segundo paso irá dirigido contra el Rey reinante, el rey Felipe. Y finalmente contra la misma institución monárquica. Porque lo que están pensando es deshacerse de la monarquía y poner en marcha la república. Como si los presidentes de las repúblicas no pudieran adolecer de los mismos, o quizá mayores, males que los monarcas.

Los judíos eran lo más radicalmente opuesto al emperador romano, que los sojuzgaba y los desposeía de su soberanía e independencia. Por tanto, como suele ocurrir en tanta gente ideologizada, se contradicen a si mismos, y dicen preferir al dictador romano, al César, antes que al pobre reformador, que poco tiene de revolucionario político, y menos religioso.

Pues bien. Hemos de pensárnoslo si, cuando decimos que no queremos al rey, ni la monarquía, no estamos cayendo inocentemente en la ingenuidad de huir de Málaga para caer en Malagón. Y cuando pensamos liberarnos de un mal menor, estamos cayendo de hecho en la peor de las tiranías. ¿De verdad preferimos al César? Ojalá no tengamos que arrepentirnos de un mal paso dado, que nos lleve a tener que soportar una situación de mayor esclavitud. Tenemos ocasión y tiempo para pensarlo.

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