Así se podría sintetizar la opinión de los partidos del stablishment político (PP, PSOE y C's) y de sus tropas mediáticas acerca del evadido rey emérito. Pero con el tiempo creo que irán saliendo más trapos sucios y revelaciones que pongan en duda incluso sus credenciales democráticas, al menos en algunos momentos clave. Se irá erosionando así una institución que nunca ha tenido arraigo pleno en España o, mejor dicho, que se ha ido enajenando la confianza de la ciudadanía por sus hechos, dichos y omisiones. Y recordemos que las dos repúblicas españolas vinieron, más que por sus méritos ?que los tenían de sobra comparativamente?, por la anemia moral y política de la monarquía española, incapaz de estar a la altura de los tiempos en ciertos momentos críticos.
Que el último traspies de Juan Carlos de Borbón haya tenido que ver con la monarquía saudí me ha recordado viejos chanchullos que le involucraban en asuntos de países del golfo Pérsico a través de algún testaferro. Uno de ellos fue su amigo Manuel Prado y Colón de Carvajal, a quien el entonces príncipe dotó de un pasaporte diplomático que le permitía hacer gestiones en su nombre por todo el mundo. Una de ellas fue garantizar los contratos de abastecimiento de petróleo provenientes de Arabia y de los Emiratos durante la guerra del Yom Kipur de 1973, "obteniendo la comisión habitual para este tipo de transacciones, que venía a ser de dos centavos de dólar por barril". (La cita es de Mariano Guindal en El declive de los dioses. Los secretos de la transición económica española). Por este tipo de servicios Prado, descendiente de Colón, fue nombrado presidente de Iberia en 1976 y senador por designación real al año siguiente, lo que le dio aún mayor capacidad de acción internacional.
Pero no me voy a referir a los tropiezos judiciales de Prado (con el Banco de Descuento, el Gran Tibidabo o el grupo Torras), que le llevaron a la cárcel en alguna ocasión, o a su papel de víctima de ETA, que le tuvo en un zulo durante 85 días en 1983, sino a una gestión que hizo en nombre del ya rey Juan Carlos en diciembre de 1976 ante Henry Kissinger, entonces secretario de estado con el Presidente Gerald Ford. Sintetizo la entrevista, que tuvo lugar en la embajada de EE.UU. en México y duró treinta minutos, siendo muy reveladora de los propósitos políticos del rey emérito en sus inicios, no muy acordes con la imagen de demócrata convencido que circula por los libros de texto y entre los apologistas de la transición. Se habla en ella sobre todo de la situación política española, la cual, según Prado, está "bajo control" yendo adelante "los programas y reformas que él [Juan Carlos] y usted el trataron cuando se reunieron". Prado se refería a la visita que los reyes habían hecho en junio de ese año a EE.UU., la segunda oficial, después de la realizada a la República Dominicana. (¿Será solo una anécdota que también tenga ese destino el último viaje de Juan Carlos de Borbón?).
En ese primer viaje a EE.UU. el recién estrenado rey de España habló ante el congreso evocando un futuro político para España "bajo los principios de la democracia". Pero de la entrevista que comentamos se deduce que la idea de la democracia que tenía el rey en ese momento era un poco especial. Según Prado, tras el previsto referéndum del quince de diciembre, el nuevo sistema político iba para permitir que hubiera cierta oposición al futuro gobierno (se daba por sentado que este seguiría siendo de los reformistas del Movimiento, tipo Suárez), pero no un libre juego de todas las fuerzas políticas. "Hemos dado permiso para los socialistas para tener su congreso ?añade Prado? (pero) el rey me ha encargado que le diga que nunca daremos permiso a los comunistas para que participen abiertamente en el proceso político" (subrayado en el original). El ejército -añadió Prado- "se rebelaría si legalizáramos al partido comunista". Kissinger, taimado donde los haya, le respondió:
Por si no estaba clara la idea, a continuación Kissinger se refiere elogiosamente a Franco: "él era realmente duro. No era un primo" (He was really tough. He was no patsy).
Si es veraz la noción que Prado trasmite a Kissinger sobre las perspectivas políticas de España según las preferencias de Juan Carlos I ?y no tenemos por qué dudarlo?, muestra, si más no, que este estaba aún lejos de apoyar un sistema democrático pleno, al marginar al entonces principal partido de izquierda y de oposición antifranquista, de cuyas credenciales democráticas no cabe dudar, y se alineaba más bien con la opción neofranquista que en ese momento defendían Fraga y su Alianza Popular, más atractiva también para los halcones yanquis tipo Kissinger, para la OTAN y para sus aliados europeos. Reciente la Revolución de los claveles de Portugal y en un clima de creciente malestar económico y social tras la crisis iniciada en 1973, los poderes occidentales temían una deriva en España, si no revolucionaria, alejada de los principios del capitalismo y del atlantismo tal como los entendía el gobierno norteamericano.
Pero las cosas históricas fueron luego por otros derroteros, obligando a unos y otros a cambiar de perspectivas. Un mes después de la entrevista accedía a la presidencia de EE.UU. el demócrata J. Carter, más partidario de los derechos humanos y políticos, y en España los acontecimientos ?fundamentalmente las movilizaciones populares y sindicales? hicieron inviable una democracia recortada, como pronto intuyó Adolfo Suárez, que se vio obligado a ampliar el escenario político en 1977, eliminando el Movimiento (aunque no su aparato funcionarial, que quedó subsumido en la administración) y legalizando al PCE (aunque no a los partidos republicanos).
La entrevista que comentamos da más de sí, pero, de momento, concluimos señalando que la postura de Juan Carlos I, al menos durante un primer momento de su mandato, no era propensa a un sistema democrático pleno en España: el contenido de la conversación lo indica, así como el mismo hecho de que el rey se valiera de un individuo como Prado para tratar directamente con el gobierno de EE.UU., sin el conocimiento y al margen del gobierno establecido, algo impropio de un monarca constitucional.
(Foto: Europa Press)