OPINIóN
Actualizado 04/08/2020
Antonio Matilla

No me gustan los tacos, pero intento que el titular "diga" algo. Es difícil encontrar la verdad en una sociedad como la nuestra, tan plural. Dentro de esa pluralidad hay una opinión bastante extendida que insiste en que los creyentes, "los religiosos", tenemos derecho a pensar y creer lo que queramos y nos parezca bien ?solo faltaría, en una Sociedad de libertades-, pero deberíamos mantenerlo en el fondo del almario, sin airearlo en la vida pública, en la vida política o cultural, por ejemplo. Las creencias, en lo hondo de la conciencia y en la sacristía.

Dado que me permiten tener libertad de conciencia, me limitaré a expresar lo que ha pasado por ella ?digo, por mi conciencia- en el día de hoy. Todo empezó ayer por la noche, cuando eché un vistazo a los textos de la misa de hoy, el primero de ellos del profeta Jeremías, en su capítulo 28. Allí se enfrentan dos tipos de profetas: por una parte Jeremías, profeta de calamidades, que dice que, en la historia del Pueblo de Israel, los profetas que hablaron en nombre de Dios, profetizaron guerras, calamidades y pestes (no creo que se refiriera ni a las guerras carlistas, ni a la Guerra Incivil, ni a la Dictadura, ni mucho menos a la Covid-19; los profetas son profetas ?profeta=el o la que habla en nombre de Dios- no adivinos).

Por otra parte tenemos a Ananías, profeta de Gabaón, que había inducido en el pueblo una falsa esperanza, convenciéndole de que, en dos años, se rompería el yugo opresor de Nabucodonosor, el babilonio. Es lo que le interesaba oír al reyezuelo de Judá, Sedecías. Jeremías, como Churchil en la Segunda Guerra Mundial, no era en absolto un lameculos del rey, sino que era más realista y sabía que el pueblo, el reyezuelo y él mismo, Jeremías, iban a sufrir lo que no está escrito, porque el poder babilonio "era mucho". De modo que siguió anunciando las calamidades que les aguardaban, que se veían venir a poco que se buscara la verdad.

La verdad es una fruta cara hoy en día. O será tal vez que hay tantos "puestos de fruta", todos con frutas brillantes y apetitosas a la vista, mientras que los pocos puestos de fruta ecológica, más fea, menos brillante, a veces ligeramente deforme y con pintitas, pero mucho mejor para la salud, son solo visitados por gente rara, bien es verdad que cada vez "habemos" más raros, mal que le pese a la mercadotecnia. Es difícil encontrar la verdad en los telediarios, es difícil hallarla en internet ?allí está, pero tan ahogada por fake news y medias verdades, que es difícil discernirla; no se encuentra fácilmente en la prensa escrita ni en los digitales, pues puedes encontrar lo mismo y lo contrario en un medio u otro. Cuando llegan las campañas electorales ¿dónde está la verdad? A veces hay que pensar lo contrario de lo que están aseverando para averiguar, siquiera parcialmente, lo que van a acabar haciendo?

Llegados a este punto me encuentro con el notición de que el Rey Juan Carlos I ha decidido abandonar España. ¿Cuál es la verdad de D. Juan Carlos I? El tiempo lo dirá. De momento, me parece percibir dos pistas de verdad:

  1. 1)Podría ser que hubiera cometido delito. Presunción de inocencia. Estamos en un Estado de Derecho. La Justicia juzgará.
  2. 2) Me parece que D. Juan Carlos I ha sido una pieza clave para poner en marcha en España el sistema democrático, en la forma constitucional de monarquía parlamentaria. Eso ha sido una cosa casi milagrosa, habida cuenta de nuestro pasado inmediato: guerras carlistas, las fallidas, bastante fallidas, experiencias republicanas ?"No es esto, no es esto", que dejó escrito José Ortega y Gasset- , nuestra horrible Guerra Incivil, los casi cuarenta años de Dictadura y de "dictablanda" y el inmisericorde azote terrorista (el autóctono, sobre todo el de ETA, pero también el del Grapo y el Gal; el otro, el menos autóctono, el llamado yihadista, también). Y todo ello a pesar de la corrupción sembrada a derecha, izquierda, centro y tres por ciento, pecado civil sistémico de muchos humanos cuando ven correr dinero a su alrededor, poco o mucho. Pecado de todos los regímenes, mal de muchos que nos hace a todos sentirnos tontos.
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