OPINIóN
Actualizado 03/08/2020
María Jesús Sánchez Oliva

De unos años para acá lo raro es no tener un perro en casa y salir a pasearlo dos veces al día. Pero esto, en no pocos casos, no significa que nos hayamos convencido de que los perros son seres vivos y como tales debemos respetarlos, protegerlos, atenderlos y evitarles cualquier tipo de sufrimiento evitable; significa, con más frecuencia de la que parece, que hemos hecho de los perros los juguetes con los que jugamos a no estar solos, a matar el tiempo para que el tiempo no nos mate a nosotros, a complacer a los niños para que disfruten con ellos hasta que se aburran del juguete y a darnos el postín de no ser menos que el vecino, porque vamos a dejarnos de hipocresía y hablemos claro: hoy por hoy, tener un perro en casa y sacarlo a pasear dos veces al día, imprime categoría. Y los datos oficiales avalan esta opinión.

Año tras año, en cuanto llega el verano, se dispara el número de familias que se deshacen de los perros para irse de vacaciones. Unas los llevan a refugios o protectoras, otras los venden o los regalan, y no faltan las que los abandonan en cualquier descampado, donde este año, por culpa de la pandemia, acabarán muchos de los que fueron adquiridos para jugar con ellos durante los tres meses de confinamiento.

Tengo una amiga que tiene un balcón que da a la calle principal de su barrio. Cuando se decretó el estado de alarma descubrió que era la mejor pieza de su casa y para sobrevivir al encierro sin angustia se pasaba los días entrando y saliendo al balcón. Uno de los primeros días observó que de uno de los pisos del edificio de enfrente salía el dueño a pasear un perro con toda la parsimonia del mundo, y a juzgar por lo que tardaban en volver, no le daba la vuelta a la manzana, se la daba al barrio. Esto no llamó su atención, entraba dentro de lo esperado, lo que llamó su atención fue que el perro se pasaba los días entrando y saliendo de casa y cada vez era sacado por un miembro de la familia distinto. Y así hasta que acabó el estado de alarma y el perro dejó de ser el juguete con el que todos jugaron a salir a la calle sin dejar de cumplir la ley. O eso creían ellos.

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