José Amador y Charo Alonso desvelan la historia de esta obra de arte, que se encuentra en una pequeña plaza de la capital charra
Hay recoletas calles salmantinas profundas y desconocidas. Pozo Hilera, oculta al trasiego de la Avenida de Mirat y de la calle Toro, tiene esta oscuridad secreta que desemboca en placita inesperada, rincón no habituado a nuestros pasos diarios y desatentos de prisa y compromiso, esos que no reparan en la escultura erguida, ajena a nuestra indiferencia.
Una mujer que gira sobre sí misma, torso, cabeza, piernas generosas. Bronce pulido para elevar el desnudo femenino a la pura belleza de la forma, casi abstractas las redondeces, rostro de oliva, pecho pequeño? Bruñida por el sol, veraniega en su entrega a la luz que resbala sobre la materia, la estatua sugiere un Botero escondido, un Baltasar Lobo de suaves redondeces. Sin embargo es una insospechada pieza de Hipólito Pérez Calvo, el escultor zamorano radicado en Salamanca a quien siempre asociamos a la maestría de la talla religiosa, a la figuración absoluta de sus retratos realistas. Sorpresa dulce y rotunda esta mujer sobre la cual juega la luz para posar ante la cámara de Amador Martín, casi viva, deliciosamente impúdica.
La dura tierra de pan llevar nos ha entregado escultores esforzados, niños labradores de vocación temprana y tesón recio del campo donde nacieron. Como Baltasar Lobo, Hipólito Pérez, nacido en 1936, dibuja desde niño y su empeño es tan grande que sus padres, el cura y el maestro hacen lo imposible para facilitar sus estudios, primero en Zamora, luego en Madrid. Esforzado afán, golpe a golpe, los precoces artistas ?Casillas, Núñez Solé, el mismo Lobo- trabajan y estudian golpe a golpe de gubia y cincel. Para algunos de ellos, la imaginería es la forma de aprender, formarse en la figuración, tener un trabajo, aprender de la solidaridad del taller. Poco a poco, sus sendas se irán definiendo sobre la piedra dura que sustituye a la madera dúctil.
Hipólito Pérezse vuelca en la enseñanza y su vida será una sucesión continuada de docencia, entrega a la materia y trabajo diario. El profesor de la recién creada Facultad de Bellas Artes salmantina es un imaginero destacado al que no le gusta que le encasillen en esa tarea con la que alza su deseo de transcendencia. Hipólito Pérez es mucho más, es el escultor entregado a la figuración que nos descubre el retrato fiel del personaje al que se rinde homenaje en forma de monumento público.
Y cómo no recordar la patética, la hermosísima imagen de Hipólito Pérez en Tordesillas de la Reina Juana I de Castilla? vestida de soberana, la mano sujetando no solo la falda de su rica vestidura real, tan femenina, tan dramática en su rostro pensativo, apartada de la corona, esa que sujeta en las manos, rotunda y sublime, pero definitivamente lejos de su cabeza. Es la visión más desoladora de una reina sin reino, ahí, en la cercanía de su encierro.
Realista e imaginero ¿Cómo entender sus maternidades plenas de amor, líneas apenas a la manera de Lobo, sus mujeres desnudas casi abstractas? Tendemos a encasillar al artista, a minimizar su búsqueda de un lenguaje nuevo, cosa que, según Álvaro Pérez Mulas, hijo del escultor, suscitaba en su padre, docente al fin y al cabo, la consiguiente explicación para diferenciar al imaginero del escultor. Porque Pérez Calvo era un artista de múltiples voces, y sus primeros bocetos a la manera de Moore, líneas fluidas que se vuelven abstractas son tempranas y sorprendentes para quien quiere encasillarle únicamente como imaginero de profundo, enraizado deseo de transcendencia o como autor figurativo dotado para el retrato fiel.
De ahí la importancia de este desnudo que acaricia la libertad del artista. Su falta de límites a la hora de concebir la belleza. Escultor acostumbrado a la relativa tiranía del encargo, de hacer de la obra el espejo donde se mira el modelo, practicaba la libertad creadora en sus abstracciones, en sus maternidades, sus figuras de mujer, sus pequeñas piezas sugerentes y diversas. Qué sencillo nos resulta ponerle fronteras a la producción artística, olvidarnos de la libertad de quien toda la tiene. Dueños de la técnica de un oficio durísimo, cara a cara con la dificultad de la piedra, del material que impone su naturaleza, los escultores surgidos de la tierra castellano leonesa no solo beben de la tradición imaginera. Devoción en carne devenida, pasos para la procesión de una fe inmutable, sino que también inquieren, experimentan, se embarcan en una constante búsqueda de lenguajes artísticos que sorprenden al espectador y derriban todas las certidumbres. Libertad creadora en suma para un artista que recupera sus antiguos bocetos y levanta en 1997 este desnudo inesperado que habita la pequeña plaza escondida como si fuera su rincón de luz, su terraza propia donde desperezarse al sol, lejos de toda mirada. Porque tiene esta pieza el aire despreocupado del desnudo ensimismado, solitario y pleno.
La mirada atenta del fotógrafo desvela su existencia sobre el pedestal de granito. Fija la luz sobre su piel rotunda. Recuerda el pulido del artista una vez vaciada esta mujer de sólidas redondeces. Qué esforzada la tarea del escultor, que expuesta la pieza al vandalismo de la calle, a la intemperie de los elementos, a las miradas que no ven? sin embargo, qué generosa es la obra escultórica abierta a todas las miradas, regalo de todos que toma el fotógrafo como una ofrenda solo para sus ojos. Y la originalidad del profesor, del artista tranquilo, mesurado, amante de la sencillez, de la armonía y sobre todo, de la belleza, se despliega ante nosotros. Y el obturador de Amador, siempre atento a la luz, capta en toda su plenitud a una mujer viva, habitante de su intimidad privada, ahí, en las calles de Salamanca, fruto de un artista de múltiples vuelos, Hipólito Pérez Calvo.
Amador Martín y Charo Alonso.