El Evangelio de hoy nos habla del trigo y de la cizaña y podemos decir que toda la parábola gira en torno a este eje: "No juzguéis. Dejad que venga el Señor". Explícitamente se nos está pidiendo no juzgar ni menos condenar, pero sí se nos permite discernir, por aquello de que "por sus frutos los conoceréis". La cizaña no da fruto. Su vaina está vacía. El trigo sin embargo esconde un precioso grano, base de la alimentación humana. Pero a primera vista, y sobre todo a vista de profanos no es fácil distinguirlos. Y es que...aunque podemos ver las malas obras de los hombres, no vemos el fondo de su corazón.
El juicio le corresponde en exclusiva a Dios. Sólo Él conoce el barro de que estamos hechos. Sólo Él puede perdonar nuestras deudas y ofensas, y sólo El con su amor puede rescatarnos. Pero juzgar y señalar con el dedo es la eterna tentación del hombre iniciada por Adán señalando a Eva en el paraíso, y a la vista de todos, lo hacemos nosotros, por doquier ahora y aquí. Nos encanta erigirnos en norma última y exclusiva de lo que está bien y de lo que está mal. Incluso llegamos al sinsentido y la sinrazón, afeando en otros lo que somos incapaces de eliminar de nosotros. Hemos hecho de las sociedades espejos esmerilados en los que ya no podemos vernos con claridad, sino fraccionados y deformados por las críticas. Unos y otros nos erigimos con suma facilidad en jueces y medida de limpieza y sanación social, haciendo falsas promesas, dejándonos contaminar por la seducción del dinero y el poder, controlando la vida de los demás y otorgándonos el título de "salvadores".
Esta parábola debería terminar con la enseñanza del Maestro sobre quién debe tirar la primera piedra: " el que esté limpio". Por lo menos sus contemporáneos fueron sinceros, y uno a uno se fueron marchando sin ser capaces de lapidar a la mujer del Evangelio. No se si hoy seríamos capaces de hacer eso.
La actualidad de esta parábola es innegable. Yo creo que de actuar según este criterio, tendríamos sociedades más íntegras, sinceras y transparentes. Para eso, si lo queremos, hay que empezar por no ser ni siquiera juez en causa propia. La confianza en Dios es la otra cara de esta moneda que a fin de cuentas, es tan cierta como difícil de practicar.