Todas cuantas veces he visitado el conjunto arquitectónico del Palacio Real en Madrid, me ha llamado la atención la inmensa Plaza de la Armería que forma parte del mismo. El verla siempre vacía estimulaba mi imaginación, poniéndole soldaditos por aquí, soldaditos por allá. Por fin, en la distancia y aunque parezca un contrasentido, la he visto llena de vida con el "Homenaje de Estado a las víctimas de la Covid-19 y el reconocimiento a la sociedad" que en ella se ha celebrado.
Un Acto de Estado solemne y conmovedor, cargado de sentimientos para honrar a las víctimas de la pandemia y hacer un reconocimiento al esfuerzo individual y colectivo del pueblo español y, singularmente, a nuestros sanitarios. Pero sin que nadie quede ni se sienta excluido de un homenaje como este, justo, necesario, de respeto a los muertos y a las víctimas. Rindiendo tributo a los profesionales que, como personas, han hecho mucho más que cumplir con su deber y un aplauso a la ciudadanía por su comportamiento cívico, en general. Un acto en el que todos, los que se fueron en primer lugar, eran protagonistas.
El hecho de que hayamos podido ver juntos en el acto a todos los poderes del Estado constitucional: Rey, Gobierno en pleno, los 17 presidentes autonómicos, todas las instituciones, la mayoría de los partidos políticos, representantes de colectivos sociales y profesionales. Así como la cuantitativa y cualitativa presencia internacional, participando en el acto los cuatro máximos representantes de la Unión Europea, el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Secretario General de Organización Mundial del Trabajo (OMT) y el Secretario General de la OTAN, son otro de los elementos reseñables de este Homenaje, que nos invita a pensar qué buen trabajo podrían realizar, uniendo fuerzas frente a la pandemia, para la reconstrucción y el bienestar de la sociedad.
En el centro del escenario un pebetero con su llama, símbolo emotivo del recuerdo a las víctimas. Presidiendo el acto y frente al que se pronunció una trilogía de discursos, fuertemente emotivos, a cargo de un familiar de las víctimas, de una enfermera y del Rey. Sobre el que, también, se hizo una ofrenda foral sentida y ordenada por los muertos anónimos silenciosos que se fueron, con la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE interpretando "Adagio para cuerdas" de Samuel Barber. Un poema del nobel Octavio Paz en la voz vibrante de José Sacristán, resonaba en el aire como un acercamiento al rigor del minuto de silencio. Todo un motivo para sentirse orgullosamente español.
Un homenaje que se ha hecho esperar, casi un mes después del levantamiento del estado de alarma, pero, conociendo y entendiendo la laboriosidad de la organización de eventos de este tipo, ha valido la pena. Esas víctimas a las que no se les pudo despedir durante la pandemia, muchas de ellas muertas en la soledad, con esta ceremonia solemne han dejado de ser números, para estar en el imaginario colectivo de todos nosotros.
No sé si el Gobierno tiene previsto elevar un monumento o instaurar un memorial físico, al objeto de preservar la memoria de lo ocurrido con la pandemia, pero estoy seguro que, aunque se retirara el pebetero de la Plaza de la Armería, nunca jamás la volveré a ver vacía. El Homenaje siempre estará en la memoria colectiva.
Sirva esta columna como homenaje in memoriam particular de quien la escribe.
Compartimos "Adagio para cuerdas" de Samuel Barber:
https://www.youtube.com/watch?v=y4wzwhP0WvI
Aguadero@acta.es