No entiendo lo que quieres decir. No es cuestión de plantearme hoy por qué deseas retomar ese asunto ni se trata de valorar si está bien o mal escrito. Para lo primero, mi curiosidad es mínima y en cuanto a lo segundo no me considero acreditado para formular un juicio. Tampoco me refiero a si es el momento oportuno para sacarlo a colación ni incluso si eres la persona idónea para hacerlo. Después de tantos años y habiendo sido testigo más próximo otra gente que conocemos mucho, podría subrayarte con fundamento que tu equivocación es mayúscula por evocarlo, precisamente tú. Creo, además, que has usado un medio inadecuado para comunicarlo, si bien, sinceramente, es una cuestión baladí; no te lo reprocho, pero queda dicho. Nada de eso tiene importancia. Lo relevante es que no sé a dónde quieres llegar con esa soflama. Pero, no, yo mismo me confundo, porque eso supondría que estoy preocupado por tus motivos. No es eso. Es más simple. No te entiendo.
¿Por qué no te pones en mi lugar? Solo te pido un pequeño esfuerzo. No es difícil. Conoces mi vida, mis orígenes, los sitios insólitos donde me he movido. Sabes de los antecedentes de esa historia y lo mucho que siempre valoré conseguir ese puesto. Sé que nunca te gusta meterte en la vida de la gente, ni incluso cuando atañe a seres a los que dices querer. ¿No puedes hacer una excepción? Señalan que el ejercicio de la empatía es saludable. De alguna manera, nuestras neuronas espejo y su desarrollo nos dan, por excelencia, el sello de humanidad. ¿Por qué no ejercitarlas? Me dices que cultivas tu derecho a ser tú y que ello es incompatible con mi petición. No te planteas pasos al frente. Insistes en que mis asuntos son solo míos y que cualquier intervención tuya sería una trapacería no solo improcedente sino, lo que reconoces sentir más, lamentable.
He anunciado a los cuatro vientos que lo que hice lo volvería a realizar una y mil veces porque es un acto que ha salido de mis entrañas y que como tal es consustancial con mi identidad. Una identidad que ha sido inveteradamente cuestionada por quienes me rodean por considerarla un mero sucedáneo de los avatares de cada día. Recalco que jamás me había sentido más realizado; que ahora todos saben a qué atenerse al haberse despejado la más mínima duda. Siento que un torrente de expresividad recorre mis venas y que ya ninguna de las personas que reprocharon mi oscurantismo puede estar confundida. Pienso que la nitidez de mi obrar se identifica con el sentimiento profundo que me invade desde que tengo uso de razón. Opino que, por fin, también lo he hecho partícipe a todo el mundo de modo irrevocable y definitiva. Asumo que no hay efectos colaterales porque las identidades del resto me resultan ajenas. Tampoco tengo idea, ni me importa, del alcance de mis palabras ni de la incapacidad de ponerme en el lugar de nadie.