OPINIóN
Actualizado 14/07/2020
Fernando Robustillo

Estamos en la playa tan agustito (Ortega Cano dixit) embelesados con los rizos de las olas y el ir y venir de las gaviotas (demasiadas este verano), que cuando pasamos página a los Albano y Romina españoles, pongamos que hablamos de Paloma Cuevas y Enri

Y si ya es grave que este hecho se produzca en nuestro país de manera periódica -sobre todo por ser un engorro en época de vacaciones- es si cabe más injusto que tal patraña haya ocurrido después del Estado de Alarma, o sea, como impago a los favores recibidos por parte de esos animales "paseando" a sus amos.

Este animalito -no me refiero a los cruces asesinos-, al igual que otros mamíferos como los equinos o delfines, si no tienen inteligencia, que a veces se duda, sí tienen desarrollado el sentido de los sentimientos, valga la redundancia. Así, carente de mosqueos o recelos, el perro se deja explotar por su dueño con el único deseo de ser un siervo para la familia.

Pero la vida de los animales es muy compleja y existen muchos tipos de animales, algunos de ellos en apariencia carentes de sentimientos, como son los cangrejos o langostas, que, como decía un erudito antropólogo "parecen tener toda la pinta de ser algo así como juguetes articulados de la naturaleza".

Los animales, todos, han sido de gran ayuda y aprendizaje para la Humanidad. Sin embargo, el hombre no siempre estuvo a la altura de tal servidumbre. Es la consecuencia de que hayamos tenido que esperar hasta el siglo pasado para que se tomara conciencia de la desaparición de muchas especies y contra el maltrato animal.

Pero en esto, como en todo, existen excepciones, por lo que pasamos al culto con que les tratan algunos pueblos. En la India, por ejemplo, aparte de las vacas sagradas, existe una religión con cuatro millones de practicantes, que se remonta al siglo IV a.C., y su esencia es la preocupación por la salud y el alma de cada uno de los seres vivos. Es el jainismo.

Los monjes de esta religión, judíos jainistas, creen en la reencarnación, y su amor por los animales y las plantas la llevan de manera impoluta y radical. Hasta andan desnudos para no utilizar la fibra vegetal de la ropa. Además, su alimentación es muy restringida, y al no comer vegetales ni carnes, muchos se convierten en ascetas.

Y parece increíble su forma de moverse, pero caminan con una escoba barriendo el terreno para no pisar a los insectos, a la par que se colocan mascarillas en la boca para no inhalarlos de manera involuntaria.

Son las rarezas del ser humano, pues si por estos lares, con el calor, solo conocemos las mascarillas para defendernos del covid, nos reconcilia saber que otros las llevan para defender a los bichos.

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