España no sé; habrá que preguntarle a Azaña y a sus seguidores actuales, pero yo, de momento, no puedo dejar de ser católico ni cristiano. Y así, me encontré ayer con la parábola del Sembrador en la misa, aunque algunos la llaman mejor "la parábola del campo". Urbanita como soy, pues en la urbe salmantina he pacido casi toda mi vida, aunque rural de nación, me cuesta un poco de trabajo entender estas metáforas tan rurales?Y eso que durante mi adolescencia llevé la huerta de mi abuelo, trillé, di manivela a la aventadora, incluso llegué a acarrear bálago de trigo, bieldé ?zamoranismo propio de beldar- paja por el bocarón del pajar, saqué agua del pozo del corral a base de herrada y cuerda para poder ducharme con agua limpia y fría pues carecíamos de ducha en casa de los abuelos, y ayudé a llevar a mi tío Gregorio un carro de trigo tirado por las mulas Airosa y Donosa, la una impulsiva y la otra obediente y pacífica, fuertes ambas, en un largo viaje de más de dos horas hasta el silo de Pozoantiguo, del Servicio Nacional del Trigo, a la sideral distancia de 8 km.
Pese a toda esa experiencia adolescente ?las experiencias adolescentes configuran mucho la posterior personalidad adulta-, me cuesta entender las parábolas. Me resulta difícil entender cómo "el Sembrador" ?se supone que el Padre Dios- puede hacerlo tan mal y despilfarrar tanta simiente arrojándola entre piedras, en el camino, sin tapar, para que se la merienden los pájaros, e incluso entre las mismísimas zarzas, donde tendrá muchas dificultades para prosperar.
Tengo para mí que Jesús de Nazaret lo que hace es identificarse ?empatizar diríamos hoy- con su propio padre José y con, al menos, la mitad de los labradores de su época. Parece ser que hubo varias sequías consecutivas; los pequeños propietarios de tierritas pidieron préstamos a los bancos ?al prestamista de la esquina- para poder sobrevivir y, sobre todo, cargarse de esperanza y comprar semilla para la siguiente sementera y lo mismo en una tercera; no pudiendo pagar las deudas contraídas, las tierritas pasaron a ser propiedad de los prestamistas que, llenos de misericordia, terminaron por regalarles un poco de semilla para que pudieran esparcirla por las tierras peores, llenas de cantos, en ladera, junto al camino y plagadas de zarzas por más que las arrancaran cada año. Algunos kilitos de trigo conseguirían obtener, pero se vieron obligados a vender lo único que les quedaba: su fuerza de trabajo, la suya exclusiva, porque el burrito de la familia, o se había muerto también de hambre, o había pasado a la cuadra del prestamista, que ahora podría alquilárselo a su antiguo amo por un módico precio.
No había que desesperar. Todavía era posible obtener una cosechita del treinta, o del sesenta en los años muy favorables. Pero el mal ya estaba hecho: los antiguos agricultores se habían visto apartados de la Naturaleza, del campo, que ahora ya no les pertenecía aunque siguieran cultivándolo. Es, en el fondo, una parábola de nuestra época: la sobreexplotación de la Naturaleza, la manipulación y la injusticia, las guerras artificiales por el control de productos y tierras raras estratégicos, nos han llevado a la separación de nuestras raíces: el esclavismo ?antiguo, moderno y contemporáneo- ha separado a millones de personas de su ambiente natural, el capitalismo salvaje, el capitalismo de Estado (léase China) y las Economías planificadas ?la URSS y su zona de influencia- lograron destruir el Mar de Aral, estuvieron a punto de envenenar los magníficos bosques de Europa Oriental, entre todos hemos creados "islas" de plástico en medio del Océano, grandes como continentes y entre todos, también parece que colaboramos al cambio climático. No está aún claro, pero hay sospechas de que la pandemia Covid-19 tendría su origen en el maltrato al planeta, nuestra Casa Común.
Esta ruptura de la humanidad con la Naturaleza tiene en parte su origen y su reflejo en una nueva forma de entender la Antropología, el Derecho y la Política, de manera que los "nuevos derechos" relacionados con "el género", que no es un concepto gramatical, sino la expresión ideológica del deseo y de la voluntad subjetivos, se contraponen de facto, e incluso de iure, con el Derecho Natural, que de una manera u otra estaba en la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobados por la ONU en 1948 y que nos ha orientado a casi todos hasta hace poco.
Todos estos problemas ecológicos, económicos, sociales, jurídicos, políticos y morales se expresan en Filosofía mediante un dualismo radical, una separación casi absoluta entre el entendimiento y el cuerpo, entre el espíritu y la materia. Llegados a este punto los cristianos tenemos un problema: la Encarnación supone una integración compleja entre el Espíritu y la Materia ?el alma y el cuerpo de antes-, Dios y el Hombre en la persona de Jesucristo, que ha inaugurado con su Resurrección una Humanidad Nueva plenamente integrada en una Nueva Creación que ya está naciendo, bien que con dolores de parto, entre nosotros. Creo que los cristianos haríamos mal si no apoyáramos de corazón a la Ciencia, en todas sus dimensiones, que puede falsar y poner a prueba estas nuevas ideologías que necesitan un fuerte contrapeso, pues amenazan con ahogarnos en todos los sentidos, en el espiritual y en el material, incluso en el sanitario.