OPINIóN
Actualizado 13/07/2020
Francisco López Celador

Que no. Que no es normal una mutación tan precipitada en la idiosincrasia de un partido como el PSOE , o de lo que queda de él, sin sufrir las consecuencias. No se puede tirar por la borda el crédito ganado en medio siglo. El viraje que inició Zapatero ha servido para que Sánchez se apunte a la nueva modalidad que distingue a esta especie de socialismo -que no socialdemocracia- del resto de países demócratas. Lo que nació tras el XXVII Congreso del PSOE fue un socialismo capaz de adaptarse a las nuevas necesidades de España; dispuesto a renunciar a determinados postulados asumidos muchos años antes, si con ello se alcanzaba el consenso que tanto se precisaba en aquellos momentos. Desde los rifirrafes de la II República -incluso durante la guerra civil- los socialistas españoles, que se habían desgajado de la Internacional Comunista, procuraron dejar bien claras sus diferencias con el PC. Convencido del escaso poder de llamada que le quedaba a la hoz y el martillo, Felipe González lanzó el órdago de abandonar el marxismo, marcando una línea roja con todas las fuerzas políticas a su izquierda. En la misma línea, a pesar del famoso slogan de ¡OTAN no, bases fuera!, tampoco se atragantó a la hora de darse la vuelta a la chaqueta y aceptar algo que nos vino muy bien, dentro y fuera de Europa.

Pedro Sánchez ha llegado dispuesto a retroceder casi un siglo y resucitar el intervencionismo estatal, la lucha de clases, la guerra al capital, el odio anticlerical y el menosprecio a todo lo que esté a su derecha. De nada sirve saber cómo se vive en las naciones dirigidas por sus congéneres. Sabe que, a base de abusar de una buena dosis de nepotismo, puede perpetuarse en el poder. De hecho, todos los máximos dirigentes de los gobiernos marxistas-leninistas que sobreviven han hecho lo indecible hasta modificar la legislación de sus países para eternizarse como si de cualquier monarquía dinástica se tratara. No podía haber encontrado mejor compañero de viaje que Pablo Iglesias. Está poniendo en su boca todo lo que a él le gustaría proclamar, pero que no se atreve. El podemita, visto el sombrío panorama que le espera, lanza sus proclamas para quedar bien ante los suyos, aunque no tenga seguro que pueda verlas realizadas. Desde el privilegiado altavoz que le proporciona su actual cargo, se permite el lujo de ofender a cuantas instituciones o particulares critiquen su peculiar forma de gobernar. Cuenta con el paraguas de un Pedro Sánchez que justifica sus desmanes con el más significativo silencio. Ha experimentado las mieles del poder y, desde ahí, los postulados son ya menos importantes que el calor de los millones. Envalentonado, es capaz de utilizar la sede parlamentaria para justificar el insulto como herramienta válida en la libertad de expresión. Tampoco se le ha requerido para que deje de amenazar a los periodistas que critican sus métodos. Tanta condescendencia por parte de Sánchez, encierra algún motivo.

Pedro y Pablo me recuerdan la fábula de la rana y el escorpión. Según la conveniencia de cada momento, se intercambian sus papeles para no ahogarse. Lo malo de esta historia es que, al final, cuando crea llegada la ocasión, siempre habrá uno que acabará envenenando al otro. Después de los primeros movimientos, creo que Pedro Sánchez se llevará el gato al agua. Ninguno de los dos sobresale por una reconocida inteligencia, pero uno tiene mucha más ambición que el otro y, además, ya se ha dado cuenta de lo que significa tener el poder y el apoyo de tanta gente. Será muy difícil arrancárselo por la buenas.

De las futuras intenciones de Sánchez dan fe sus últimas maniobras. Para no asistir al funeral por las víctimas de la pandemia, "preparó" para ese día una reunión con su homólogo portugués. Haciendo un acto de fe, podríamos creer que ese encuentro se planeó antes que el funeral, pero, a juzgar por lo que trascendió del mismo, nada hubiera impedido cambiar la fecha. Es que tampoco era necesario. Bastaba haber hecho intención de regresar a tiempo a Madrid. Por arraigado que tenga su anticlericalismo, no habría tenido necesidad de soportar más arcadas que los representantes de otras religiones, que sí estuvieron a la altura que se esperaba de ellos. No asistió porque le falta democracia y le sobra prepotencia. Ni lo había organizado él, ni lo presidía él. Tampoco asistió porque en el funeral "oficial" que se celebrará en el Palacio de Oriente no se encontrará con nadie que pueda mostrarle su desacuerdo, como hubiera sucedido en la Almudena. Los familiares de los difuntos habrán sabido valorar el grado de sentimiento que ha demostrado quien no reconoce a más de 18.000 españoles que murieron en la más denigrante soledad.

Todo lo anterior no le quita el sueño para volver a faltar a la verdad cuando se le presentan situaciones similares. A la hora de analizar la conducta de su vicepresidente, que se halla inmerso en un procedimiento por el famoso caso "Dina", se declara partidario de no manifestarse en asuntos que se encuentran sub judice. Sin embargo, preguntado sobre el caso del rey emérito, ahí no tiene inconveniente en declarar que es un asunto que le inquieta y le perturba. Ni le inquieta, ni le perturba. Le sirve para arrimar el ascua a su sardina. Lo que de verdad le quita el sueño es poder hacer una mudanza desde el palacio de La Moncloa al Palacio de Oriente. Todos sus postulados apuntan a una sola dirección: ¿no será que la tesis que ahora está preparando con todo esmero es la Presidencia de la República? Ese pretendido "capote" echado a Felipe VI esconde, en realidad, toda una carga de profundidad en la línea de flotación de esa institución. Basta fijarse en el nuevo globo-sonda que ha insinuado para reformar la Constitución modificando la actual inviolabilidad del Jefe del Estado y el aforamiento de su familia.

Para que no todos los reproches vayan contra el gobierno, alguien tendrá que parar los pies a ese porcentaje de jóvenes que, como la más genuina representación de la cobardía y la irresponsabilidad, están poniendo en grave riesgo toda nuestra sociedad. Hablo de cobardía porque no se consideran víctimas de un virus que, según ellos, nunca les afectará gravemente; y de irresponsabilidad porque con esa conducta están ocasionando ya un gravísimo problema sanitario, y otro económico que vendrá a continuación. Es triste ver jóvenes que, sorprendidos en masivas reuniones sin precaución alguna, se niegan a colaborar con el personal encargado de averiguar los lugares y las personas que han coincidido con ellos Ante una situación tan grave, un gobierno responsable no puede negarse a intervenir. Claro que pedir responsabilidad a este gobierno es pedir peras al olmo.

Cada vez que algún organismo internacional se permite pronosticar nuestro futuro inmediato, es para echarse a temblar. El último jarro de agua fría nos lo acaba de lanzar el Eurogrupo. El fracaso de la elección de Nadia Calviño para dirigirlo ha sido fruto del reparo con que se mira a este gobierno socio-comunista. No se fían de él y ahora tiene abiertos dos frentes. Uno externo, porque pretende subir los impuestos mientras la mayoría de socios comunitarios pregonan lo contrario y, además, declara no estar dispuesto a pactar con el PP, partido que cogobierna en no pocos estados europeos. Otro interno, porque, de cara a la confección de los próximos Presupuestos Generales, comienza a no tener muy claros todos los apoyos necesarios.

Como consecuencia de todo ello, han saltado las alarmas y el esperado fondo para la recuperación económica llegará en unas condiciones con las que no contaba Sánchez. Otra vez se ha vendido la piel del oso antes de matarlo y nos tocara sudar tinta. Para nuestra desgracia, ya estamos curados de espanto.

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