OPINIóN
Actualizado 27/06/2020
Eutimio Cuesta

A la puerta de la iglesia, esperaban dos cestos grandes de mimbre llenos de pan cocido. Los guardaba el panadero de turno. Poco a poco, se iban arrimando unas mujeres enlutadas con pañuelo a la cabeza y arrebujadas en un mantón o cubiertas con una toquilla de punto gordo sobre una chambra medio raída, pero limpia. Son los pobres del pan de San Antonio. Entre ellas, solían aparecer algunos hombres con boina renegrida por sudores y trabajos, apoyados en una cayada complaciente. Antaño, se les llamaba los pobres de solemnidad.

Están a punto de salir de misa de difuntos. El recién fallecido era una persona pudiente, que había ordenado en su testamento que diesen, como responso, un pan de dos librar a los pobres. Otros días, el motivo de que los cestos aguardasen a la salida de misa era que la hucha de los pobres del pan de san Antonio había recaudado lo suficiente para una torta de una libra.

Se trata de una costumbre de una costumbre vieja. Se pierde en la historia. A modo de ejemplo, a principios del siglo XVIII (año 1702) un tal Francisco Delgado fundó una obra pía en la parroquia. Era frecuente que una persona dejase parte de sus bienes o rentas a la iglesia, como limosnas en misas, que se debían ofrecer por su ánima o por su intención en unas fechas determinadas o a perpetuidad,

Francisco lo determinó así:

"Fundo una obra pía por la que ordeno se cumplan tres misas cantadas por las Pascuas de Navidad, de Resurrección y en la de Pentecostés. Por cada una se ha de dar al cura cuatro reales de limosna, y al sacristán uno. Se ha de pagar al administrado quince reales por el trabajo de arrendar mis fincas y cobrar sus rentas, y el sobrante, que haya de dicha renta, se ha de invertir en pan cocido, que el cura más antiguo ha de repartir en los tres días de Pascua a los pobres de solemnidad, cuya repartición se ha de hacer por el lugar, de casa en casa, dando dicha limosna a cada pobre según la mayor necesidad que tenga, sin que le mueva la mucha pasión ni odio en dicha repartición".

Nunca había escuchado en Macotera la palabreja zuche. Fue, precisamente, Servilio quien me la enseñó un día, hablando de la necesidad en que se vivía en Macotera años pasados. Debe proceder de "zugo" (zumo), vocablo procedente del dilecto salmantino. Me explicaba el mozo que, antiguamente, en los años de escasez y hambre, había mujeres, que iban al comercio con una cazuela, a buscar zuche. Zuche se llamaba al caldo y migas que se depositaban en los bajos del cubeto de escabeche. Una palabra, que se ha perdido, pero que la hemos anotado, para que no se desaparezca del todo.

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