OPINIóN
Actualizado 26/06/2020
Juan Robles

Sólo unidos podemos salir del profundo atolladero en que nos encontramos sumergidos

Algún solemne pensador de nuestro tiempo parece que había tenido esta ocurrente revelación: Lo mejor del invierno es que detrás de él llega el verano. Sí, hemos tenido un invierno duro, difícil de digerir, encerrados cada uno en su casa por culpa de la ya famosa pandemia del coronavirus que todavía nos amenaza e intranquiliza.

En el invierno, los árboles pierden la hoja, la sabia se adormila, como también dormitan muchas especies animales. Sin embargo, con el rigor del frío y las heladas, los cereales, por ejemplo, enraízan más profundamente y anuncian una más prometedora cosecha.

El invierno es duro. Es un tiempo de espera. Pero también es un tiempo de esperanza. Con la primavera, se van atemperando los rigores del invierno y se visten de color los campos, revestidos sobre todo de hermosas flores que presagian los sabrosos y abundantes frutos.

¿Qué podremos esperar para el verano que ahora comienza, llegando puntualmente a la cita del sol que levanta hasta la cumbre de sus máximas alturas? El verano natural o físico es incuestionable y llega puntual en el calendario. Pero seguramente no hay dos veranos iguales. Y el que nos toca vivir este año es sin duda bien diferente.

Habíamos pasado ya el riguroso invierno, que no había sido tan riguroso como cabría suponerse, y un minúsculo y descontrolado virus nos encerró a cada uno en nuestra propia casa o residencia, hurtándonos el gozo de la primavera, que este año ha aparecido particularmente esplendorosa, quizá por haberse encontrado libre de los ataques y atentados incomprensibles que en los últimos años estamos infligiendo a la maltratada naturaleza, por el abuso de nuestros consumos descontrolados y mortíferos.

Y al fin, terminó el rigor de nuestro confinamiento y llegamos lógicamente a un nuevo verano. No sabemos si en él podremos encontrar frutos más sabrosos y abundantes. Si encontraremos el fruto de la paz y de la concordia, del entendimiento entre partidos y tendencias, que los ciudadanos parecemos estar exigiendo a nuestros políticos y dirigentes para afrontar con seriedad, ilusión y esperanza, los graves desafíos políticos, económicos y sociales que nos aguardan.

Éste puede ser un verano diferente. Y no precisamente porque el sol haya salido más esplendoroso, o porque los frutos sean más maduros y sabrosos. Son otros frutos, los de la paz y la concordia, los de la unanimidad o unidad ante los nuevos desafíos, los que los ciudadanos estamos esperando y con un gran sentido común estamos deseando, ya que sólo unidos podemos salir del profundo atolladero en que nos encontramos sumergidos, y del que no podremos salir si no es cogidos de la mano.

Éste es el verano que queremos y que justamente esperamos. Volvemos a los veranos de la colaboración y de los turnos solidarios en el trabajo: la siega, la trilla, el encierro de los copiosos y sabrosos frutos que guardábamos en el granero en previsión de las necesidades que se presentarían a lo largo del año.

¿Comisiones de reconstrucción? Sí que nos hacen falta. Pero no sabemos si estas comisiones parlamentarias podrán llegar a buen puerto, o por lo menos ofrecer algunas luces de esperanza y de auténtica recuperación en el terreno político, económico y social.

Parece que el verano que se nos presenta no es sólo un verano encerrado en nuestra piel de toro. Hay que planteárselo con la cooperación de todos los países de la Unión Europea. Y contando con el entendimiento de los grandes países que llevan adelante las riendas del mundo. Sin el acuerdo de todos será imposible afrontar la superación de la pandemia de la insolidaridad y del abuso y guerra entre poderes que pretenden imponerse sobre los demás en la dinámica de las políticas económicas y sociales, que sin embargo están exigiendo superar fronteras y entrar en un ámbito de mutuo reconocimiento y de noble colaboración para la superación de las amenazas víricas y de todo tipo que nos azotan sin piedad.

Un verano diferente es el que sin duda nos aguarda. Un verano que no se ciñe al calendario y que va a superar las fronteras del tiempo, abarcando varios años de rigor y de sufrimiento, sobre todo para las clases menos favorecidas. Un verano que exige marchar codo con codo para poder salir juntos del atolladero.

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