OPINIóN
Actualizado 26/06/2020
Félix López

En algunas asociaciones abandonan, con razón, la teoría del "trastorno mental", pero definen la transexualidad con nuevos mitos, en buena medida provenientes de la teoría Queer. Una teoría postmoderna, en la que, finalmente, acaban defendiendo que, en relación con el sexo, todo es "fluido", lo importante es la persona; la biología y la evolución de la especie no tienen consistencia. Es la persona la que se "autodetermina": la identidad sexual es la "vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y autodetermina, pudiendo corresponder o no con el sexo en el momento del nacimiento". Definición de la que se han apropiado los políticos, en varias leyes autonómicas, cediendo a intereses electorales. El gobierno está dividido también en este tema: Podemos defiende las posiciones más radicales de la teoría Queer, mientras el Feminismo tradicional, con más sentido común, mantiene una postura similar a la que exponemos a continuación.

En efecto, por mi parte, coincidiendo con ambas posturas, en el objetivo de normalizar y aceptar esta diversidad, considero que la definición citada no es adecuada, por incompleta y porque olvida lo más importante, el malestar que sienten estas personas. Este "malestar" (disforia, se dice en el DSM V) tiene dos orígenes(a) la disarmonía entre identidad sexual y el cuerpo sexuado (inevitable en los casos que rechazan su anatomía sexual) y (b) el rechazo a las convenciones sociales asignadas al sexo biológico.

Esta definición, considerando que todo es subjetividad de los sentimientos, niega que estamos ante un problema personal (evitable, con intervenciones hoy bien conocidas) y un problema social (evitable sin sexismo, transfobia, etc.).

En realidad, la persona, no solo siente, sino que ve y razona que su cuerpo le molesta y no se corresponde con su identidad. Es decir, el Yo que, además de sentir, ve y razona la disarmonía entre su cuerpo y la identidad sexual en la que se reconoce. Esto es lo que hemos llamado problema personal.

Aunque no sabemos la causa, sí conocemos que su auténtica identidad no depende de su voluntad, por lo que el concepto de autodeterminación tampoco nos parece adecuado.

Los transexuales disconformes con su cuerpo, pueden requerir, según cada caso, ayudas quirúrgicas, psicológicas, educativas, sanitarias, etc., Es una contradicción, si de entrada no reconocemos los problemas de forma adecuada, pedir ayudas costosas al Estado. La normalización no empieza negando los problemas o cambiándolos de nombre, sino reconociéndolos y afrontándolos.

El concepto de transgénero (palabra cuso uso nos viene del inglés) es más difícil de precisar, porque se pueden tomar puntos de vista muy distintos: (a) tomar el género como el sexo; y entonces equivaldría al concepto de transexual y su malestar con el orden biológico y las convenciones sociales y (b) tomar el género como las construcciones o asignaciones sociales asignadas como propias del hombre y la mujer. En este segundo caso, solo rechazarían las convenciones sociales, pero sin rechazar su cuerpo sexuado, por lo que no necesitan intervenciones quirúrgicas. Este término se ha generalizado, pero es confuso dada la gran variabilidad de personas dentro del concepto transexual y transgénero.

Por cierto, entre la (a) y la (b) pude haber características de los hombres y las mujeres que tengan un origen más complejo, fruto de la interacción entre factores biológicos y sociales.

Solucionar el problema personal (disarmonías que implican malestar o sufrimientos) y el social (los roles sexuales rígidos y discriminatorios y la transfobia) es lo que debemos hacer.

La polémica seguirá, la científica, por lo que aún no sabemos y las novedades de los tratamientos, así como por la confusión del propio concepto. Unir en un concepto personas que, en un extremo, piden que se les ayude a cambiar su anatomía y su fisiología sexual y, en otro extremo, personas que piden que "no se les toque ni un pelo", pero que se las reconozca como "trans", porque no aceptan las asignaciones convencionales asociadas al sexo. Un caos que ya han aceptado viarios gobiernos autónomos y que lamentablemente también está presente en el DSM 5 (Manual de diagnóstico de enfermedades mentales).

En algunas leyes autonómicas, niegan que los profesionales tengan nada que ver con posibles ayudas al diagnóstico, reclamando el derecho a cambiar la identidad sexual con toda libertad. Claro que, en la segunda parte de las leyes, se muestran más realistas y piden ayudas sanitarias y sociales para quienes son verdaderamente transexuales.

Necesitamos buenos profesionales y buenos políticos que reconozcan a estas minorías en lugar de doblegarse a determinadas teorías, por ignorancia o intereses políticos. Y una ley nacional bien fundamentada en lugar de este caos autonómico.

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