OPINIóN
Actualizado 23/06/2020
Fernando Robustillo

Cien días atrincherados ante las acometidas de un virus, no son pocos, y más si añadimos la tremenda realidad de que este huésped asesino, poderosamente contagioso, sigue y seguirá con nosotros causando rebrotes -si no una vuelta atrás- mientras recorre

Siguiendo sin esa vacuna que nos proteja, digamos que, por supuesto, hemos salido del Estado de Alarma para entrar en el Estado de Alerta. Un tiempo que nuestro Ejecutivo lo ha denominado como de "nueva normalidad", con lo que estamos de acuerdo, pues no existe economía en el mundo que pudiera esperar a la "normalidad absoluta" ni ser humano que lo aguantara. Necesitamos el sol, el aire, la naturaleza, en suma.

Allá por finales de marzo y principios de abril de este desgraciado 2020, en días en el que el virus atacaba de manera más "virulenta", con cifras de fallecimientos diarios casi comparables a la mortandad en accidentes de tráfico durante un año, recuerdo las conversaciones con mi punto de apoyo y coincidíamos en lo mismo: "esto parece un sueño".

Hoy, cuando lo recuerdo, lo sigo imaginando como un sueño, un sueño que fue tan real como la dulce anestesia de los aplausos compartidos a las ocho de la tarde. Era nuestro testimonio de solidaridad con los sanitarios de la esperanza. Y después, estos mismos aplausos fueron merecidos y extensibles para otros sectores de la sociedad.

Quizá para muchos esto haya sido ese tiempo de reflexión del que nunca habían quedado transidos: la vulnerabilidad de la vida y de la historia. Decía Pascal que, si Cleopatra hubiera tenido la nariz más pequeña, el mundo no hubiera sido el mismo. En una asociación de ideas, también lo podemos decir de esta pandemia: un microorganismo tan diminuto, tan simple, no está muy lejos de conseguir un cambio global.

No obstante, agarrémonos a este respiro que nos ofrece el final del confinamiento para que el presente año, más roto que nunca por la mitad, no sea un año perdido. Disfrutemos de los reencuentros y que las tardes de terraza sean instantes de conversar y de mirarnos a los ojos, que para leer el periódico o ese gran ingenio que es el smartphone tenemos otros momentos. Aprovechemos para cambiar aquella antigua normalidad que, si no fue con mascarilla en la boca, sí lo fue con ella en los ojos cuando atendíamos al teléfono en la conducción o cruzábamos semáforos con los auriculares puestos. Yo espero que muchas de aquellas costumbres vayan a ser mejoradas.

Con prudencia y guardando las distancias debidas, estamos en tiempos de misas y homenajes, y aunque se dé la paz con una leve inclinación de cabeza, ese será el momento de recordar que "descansen en paz" treinta mil o más compatriotas -de ellos, muchas personas mayores fallecidas por sustraerles la atención médica debida- y a los que tampoco se pudo enterrar como merecían -todos igual de queridos- y, ya fuera su muerte a causa del covid o no, no viene mal un recuerdo a personajes tan significados como Luis Eduardo Aute en el mundo de la música, del deporte Michael Robinson, del periodismo José María Calleja, del cine Lucía Bosé o del teatro Rosa María Sardá. Pero tómenlos sólo como unos ejemplos.

Y dado que la vida debe continuar y el futuro más lejano está en los pequeños, hemos de reconocer que ellos han sufrido este confinamiento sin entenderlo -aunque hoy jueguen a colocar mascarillas a los peluches-, por lo que también son merecedores de un gran aplauso.

Seamos optimistas y terminemos con un pareado: "El doctor Simón llevaba razón".

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