OPINIóN
Actualizado 21/06/2020
Asunción Escribano

El ritmo es un tambor interno que nos golpea fecundamente la sangre. Después se busca su temblor de tiempos detenidos sobre los gestos del mundo, y se llama a la luna a decirse completa en las vueltas de noria de los días. Y en esa concordancia simétrica de gestos dibujamos calendarios encadenados que engarzan también nuestros afanes, desde su inicio ya profundamente envejecidos.

Pero esa libertad inicial de escuchar repetir nuestro nombre en el aire se rescata de nuevo en los caminos. "Llegar a ser caminante requiere un designio directo del cielo", escribe Thoreau [i], y así se piensa el golpe del pie sobre la tierra, comprendiendo en este rasgueo rítmico y desgastado que verternos en palabras también exige música, porque el golpetear de nuestro cuerpo sobre el taller de la tierra reverbera en la conciencia y crea talismanes de música que humanizan nuestro cantar: "el ritmo es un constructo mental, que tiene relación con las propiedades físicas de lo que se oye, pero no es idéntico a ellas"[ii].

Es el ritmo -que todo lo ata en su oleaje de golpes sin materia- el que contiene en sí a la música, y no al contrario. Todo lo que contiene ritmo canta. También la luz: "No es que al alba/ canten los pájaros: al alba es el alba/ que los canta" [iii]. La luz que sujeta en sí las formas palpita sin sonido. Pero el sonido íntimo la constituye. A veces se deja ver en huellas: pájaros, ramas, viento? De nuevo, el poeta señala lo imperceptible por evidente: "Siempre sopla/ más viento/ que el que al pasar nos roza"[iv]. Y lo excesivo, porque de ello está constituido el mundo, aunque la anestesia de la prisa y sus latidos de reloj nos impida mirar y ver lo que señalan esos otros de la sangre.

No se puede decir que uno ha vivido si no se ha fracturado la escayola del cuerpo social de lo convenido, y por esa hendidura ha palpitado del daño como lumbre y también como silencio: "Estoy oyendo/ lo que me obliga y me enriquece, a costa/ de heridas que aún supuran. Dolor que oigo/ muy recogidamente, como a fronda/ mecida, sin buscar señas, palabras/ o significación. Música sola,/ sin enigmas, son solo que traspasa/ mi corazón, dolor que es mi victoria"[v].

[i] Thoreau, Henry David, Caminar, Madrid, Ardora Ediciones, 2017. Ebook.

[ii] Millán González, José Antonio, Tengo, tengo, tengo, Madrid, Ariel, 2017. Ebook.

[iii] Mujica, Hugo, Barro desnudo, Madrid, Visor, 2016, p. 45.

[iv] Ibídem, p.44.

[v] Rodríguez, Claudio, "Como el son de las hojas del álamo", en Hacia el canto, II Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1993, p. 158.

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