OPINIóN
Actualizado 19/06/2020
Mercedes Sánchez

El verano se acerca corriendo con su antorcha encendida, con su corona de rey, su túnica amarilla como los rizos de su melena, y su manto azul celeste, constante vigía de un cielo impecable y sereno que ayude a madurar las mieses.

La Tierra hace una reverencia al Sol, inclinando su eje, y éste la alumbra generosamente, haciendo crecer su tocado de espigas.

En sus brazos, reposa el cuerno de la abundancia pleno en cereales y jugosas frutas.

Castilla ofrece como regalo sus extensos campos dorados, esa alfombra que se mece con la dulzura de la brisa, panícula de trigo que oscila a su merced.

Este nuevo solsticio, a punto de estrenarse en el hemisferio norte, nos invita a acompañarle de la mano y a disfrutar de sus brazos abrasadores, de sus tormentas de ira que al poco se aplacan dejando tras de sí el hervor de la tierra y el olor a humedad.

Entre el bochorno, nos brinda días largos, caniculados, y noches plagadas de estrellas, lluvia de Perseidas.

Suena a estío, a concierto de cigarras tras el invierno laborioso, a incesante arrullo del mar que nunca olvida volver a saludar a cada grano de arena, ese piano que se afana en tocar con sus dedos eternamente la orilla.

Nuestros cuerpos necesitan el asueto tras el máximo esfuerzo. Mañanas de orquesta acompasada, noches de calma y frescor, sabores y olores nuevos, mentes despejadas que reseteen todo el acontecer pasado, vaciarse para dejar espacio libre a nuevos proyectos, recargar las pilas y dejar hueco. Vuelve a ser tiempo de sueños.

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