OPINIóN
Actualizado 17/06/2020
Manuel Alcántara

Cuando Karl Marx en El Manifiesto Comunista denunció la capacidad del capitalismo de disolver los vínculos sociales dibujó también una metáfora que luego se usó en diferentes ocasiones para entender los cambios acaecidos. Así, se subrayaba que al desvanecerse en el aire todo lo sólido nada quedaba en pie. Las transformaciones eran radicales.

Hace un cuarto de siglo, sin alejarse de una apreciación canónica, Zygmunt Bauman elaboró una interpretación muy fina del acontecer social trayendo a colación el término "líquido" con el que adjetivó la sociedad surgida del marasmo consumista. Un magma integrado por individuos aislados y egocéntricos en el que las relaciones que mantenían entre ellos eran líquidas, careciendo, por consiguiente, de capacidad alguna sobre la que asentar algo con firmeza.

Si ello ocurría en el seno de las sociedades, en el terreno de las instituciones la palabra que se introdujo fue la de la flexibilidad. En el marco de relaciones establecidas bajo parámetros rutinarios que aseguraban cierta previsibilidad en los resultados de las acciones -algo que no es sino una institución-, mantener pautas flexibles garantizaba su permanencia.

La flexibilidad pronto se convirtió en la panacea para abordar problemas complejos y que, sobre todo, acarreaban tensiones fruto de posiciones rígidas. Aplicada a las políticas de empleo fue pronto la solución dada a cualquier reforma laboral que se preciase. No fue menos promisoria en aspectos variopintos de la vida sometidos a normas rigurosas que a fin de cuentas requerían de interpretaciones maleables para su cabal efectividad como ocurre con el manejo de la pandemia.

Mi amiga, una proba funcionaria, tras su divorcio tuvo que volver al juzgado para dirimir el asunto de la custodia de sus hijos. El exmarido era un maltratador probado que no tenía trabajo estable, pero que deseaba seguir manteniendo un clima de confrontación y por ello, ante el estupor de muchos, pidió la custodia compartida. La jueza, que durante el proceso hizo gala de una inveterada misoginia, decidió concedérsela aclarando que era una sentencia en la que primaba la flexibilidad por el bien de todas las partes. Desde entonces, cuando oye esa palabra se le ponen los pelos de punta.

Mientras que la liquidez es un estado de la materia, la flexibilidad es una capacidad. Como tal es susceptible de entrenamiento. No estoy seguro de que la jueza de marras se hubiera ejercitado previamente, ni que cuando se habla de su aplicación a los horarios demande tampoco del adiestramiento de determinadas habilidades, menos aun el trabajador que recibe el finiquito requiere de práctica alguna previa.

Sin embargo, no cabe duda de que en el ámbito muscular su logro necesita del ejercicio, para lo cual las flexiones son el mecanismo adecuado. Por ello no es de extrañar que su práctica durante el confinamiento fuera recomendada. Lo que quizá resultare más sorprendente es que su prédica fuese animada profusamente en las redes sociales no por un preparador físico sino por un responsable público con otro tipo de compromisos, pero afanado en mostrar su competencia en el tema.

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