Me gustaría que todos cogiéramos el hilo de otro momento, de otra fecha, de otra jornada, anterior o posterior, de hace unos meses, de antes o después de la pesadilla, cuando todo era sonido, cuando todo era normalidad, eso a lo que tanto invito en mis escritos desde el inicio. Volver al día a día del que, a menudo, tanto renegamos.
Pero no. Dormíamos poco y como deprisa, con el nudo dentro, y el tiempo iba adquiriendo otra dimensión. De repente, la sociedad loca que nos exigía carreras y estrés máximo nos obligó, por un virus, a una frenada, nos recluyó en un espacio que nunca tenemos tiempo de disfrutar suficientemente, y a veces nos hemos encontrado ahogados.
Todo, de pronto, se colmaba de ausencias y distancia, nos faltaban los abrazos llenos, las sonrisas amables, la cálida cercanía?
Deberíamos hacer que nuestra mente viajara tan libre como ahora no pueden viajar nuestros cuerpos. Porque podemos encogernos, arrugarnos, meternos en el miedo que atenaza, o ser fuertes, como lo fueron los versos más bellos del poeta entre barrotes, cuando recibió la noticia sobre su hijo, y nada, nadie, ningún carcelero, ningún hierro tras otro por fuertes que fueran, impidieron que sus palabras se esparcieran por el mundo y nos hablaran, para siempre, de nanas de cebolla y hambre, de dientes de niño que nacen, de cunas de miseria, pero también de sonrisas como espadas victoriosas, para su vástago; la belleza hecha simiente desde el vientre de un pastor de ovejas, como Miguel Hernández, que quiso ser libre.
Lograr que vuelen, nuestros pensamientos, como un águila que vi planeando una mañana desde mi terraza. Observando la potencia de sus alas, animal tan pequeño recogido, tan señorial en su vuelo, quise montarme a su grupa y sobrevolar la tragedia, salir mi vista por los ojos cuadrados de la pared y ver el cielo, tan enorme, tan azul o tan gris, tan bello.
Encontrar esa esquirla de poesía que siempre existe en todo para hacer de la vida algo llevadero, fructífero, vivo, lleno de energía.
Todo se cuece a fuego lento. Poco a poco recuperamos el aliento, y vamos intentando normalizar la vida tanto como podemos.
Los tiempos, por duros que sean, si se saben interpretar traen consigo aprendizajes. En el interior de cada persona está la semilla de la primavera.