OPINIóN
Actualizado 23/05/2020
Manuel Lamas

Como si de un sueño se tratara, ha saltado por los aires el orden que habíamos trazado para nuestras rutinas. Es como si nos hubieran sacado del molde al que estábamos adaptados y nos hubieran derramado sobre un espacio donde no encontramos acomodo.

Sometidos a tan duro confinamiento, nuestra propia casa se ha convertido en una estancia con libertad vigilada. En tales condiciones, se asfixia la esperanza, y desaparece cualquier tipo de motivación. Pues ni siquiera podemos mirar al horizonte, ni respirar el aire purificado; lo único bueno que ha dejado la pandemia. Mientras tanto, el grupo de expertos que conducen la situación, no invitan a la esperanza. Pues ni siquiera conocemos sus nombres, para aprobar o censurar el resultado de sus actuaciones.

A pesar del sacrificio soportado por los ciudadanos, no hay consenso entre nuestros representantes. Enzarzados en discusiones baldías, no son capaces de aparcar sus diferencias, ni siquiera para resolver los problemas en una situación tan grave. Pero estos comportamientos serán castigados en las urnas, porque los ciudadanos estamos hartos de tanto egoísmo larvado, y de discursos que suplantan la verdad.

La magnitud del problema ha de obligarnos a reflexionar, sobre todo, para superar la situación con el menor daño posible. Tendríamos que plantearnos seriamente cambiar muchas de nuestras costumbres. Pero necesitamos talla moral y destreza política en nuestros dirigentes, cualidades que hoy se ponen en duda, a tenor de las desacertadas actuaciones de los últimos días.

Mientras tanto, nos sorprende la Naturaleza mostrando la más letal de sus armas. Tendríamos que preguntarnos por qué lo hace; ¿en qué hemos fallado para que la muerte nos visite de forma tan despiadada? Y, lo que es peor, nuestra sofisticada tecnología nunca podrá neutralizar sus movimientos. Este desgraciado episodio ratifica mi afirmación.

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