OPINIóN
Actualizado 21/05/2020
Antonio Costa Gómez

Estaba leyendo "La noche de los tiempos" de Muñoz Molina sobre una peste que atacó a los españoles en 1936 y los volvió furiosos a todos. Y me acordé de otra peste que atacó a toda la Humanidad en 2020.

Él abría a las seis de la mañana pero yo lo visitaba a las siete. Su luz amarillenta y sugestiva se extendía sobre la calle como un alimento. Entraba y siempre me recibía con ánimo, me hacía una broma, me preguntaba qué tal estaba. Le compraba dos periódicos, y miraba en sus portadas los lagos de Suiza, las comidas de Francia, los secretos de belleza de una princesa, los costados de Jennifer López.

Estaba ahí como un héroe, a las siete de la mañana, en su quiosco Palacio de la Prensa, y yo entraba en su Palacio, y era mi ración de mundo cada madrugada, y me alimentaba para todo el día. Durante todo el día yo compartía con Consuelo lo que él había dicho y había hecho, saboreaba las palabras que me había regalado.

Luego hacíamos café y leíamos los periódicos que Serafín nos daba. Alguien los traía en camiones desde otras ciudades todas las noches con peligro de su vida. Él abría las puertas cada madrugada para ellos, él las tenía abiertas cada mañana con todas sus sugestiones para mí.

Tomábamos el café con calma, Consuelo y yo saboreábamos cada palabra de los periódicos, bebíamos los titulares, destilábamos los comentarios en mitad de las páginas, le dábamos su sabor a cada frase. A veces Serafín me daba unas magdalenas proustianas. Y mientras despertaba el día misteriosamente, nosotros saboreábamos sus magdalenas con tropezones de chocolate, y nos venía como a Proust con entusiasmo lo más precioso de nuestras vidas.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO

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