OPINIóN
Actualizado 14/05/2020
Fermín González

"Normalmente, aquellos que poseen un gran talento, son ingenuos" (Montesquieu)

Con la fe, mejor que con la esperanza, ya que la fe, actúa sin descanso y la esperanza, aunque sea una muy digna condición a tener en cuenta, se sienta a que le llegue su momento. Nos apoyamos en la fe, para pedir a aquellos que disponen de cierto poder en tribuna, pantalla, ondas de radio, u otros recursos de comunicación, actúen como personas agradecidas, libres, honestas, con honor, con dignidad, con valores sociales y virtudes humanas?

Pido esto: -¡"bien lo sabe Dios"!- con el fin de que nuestra ingenuidad y más aún nuestra credulidad, no se acreciente, y no seamos engañados por enésima vez. -Porque es muy cierto, que los humanos llevamos muy orgullosos nuestro título de seres racionales, pero también es cierto, que nos creemos casi cualquier cosa que nos digan-. Somos unos crédulos, en grado superior.

Poco importa lo tonto o increíble que resulten: somos capaces de suspender nuestro juicio por razones totalmente anodinas. Incluso cuando sabemos que seguramente nos están engañando. Y no sólo en época de elecciones; en este tema ya tenemos presente que el incumplimiento de promesas, programas, leyes, disposiciones y condiciones de vida y justicia, junto a otro catálogo de "charlatanería" y vaguedades, es todo un rosario de mentiras que se sucede y se han venido sucediendo, según lo que corresponda votar.

Pero otros engaños también son posibles. Ocurre por ejemplo con el uso de famosos, en publicidad. Todos sabemos que le pagan por anunciar ese reloj, ese automóvil o ese servicio de fibra óptica. Entonces, ¿por qué picamos? ¿Sera por ese instinto ancestral que nos induce a seguir al líder del rebaño? Algo parecido nos ocurre con los anuncios de esos yogures, para mantener un vientre liso, para el tránsito intestinal, o bajar el colesterol, además anunciados por jóvenes esbeltos y delgados, que en realidad, lo que casi necesitarían es comerse un buen solomillo. El efecto de la imagen es muy poderoso.

El uso que hace la publicidad en ese túnel de la mente en un ejemplo de lo fácil que resulta engañarnos. Las conspiraciones a gran escala son nuestra debilidad. Nos fascina pensar que hay un poder oculto capaz de mover los hilos de la historia. Por más rocambolesca que sea la historia, nos la creemos a pies juntillas, ya trate sobre extraterrestres confinados en una base secreta, sobre las apariciones santas, o las llamadas del más allá. Además, en toda conspiración que se precie hay unos pocos que, sin aportar más prueba que su palabra, pretenden haber desenmascarado a los poderosos que lo traman todo? Dicen que no salen más testigos del montaje porque están amenazados, ¡y se quedan tan ufanos! Y tragamos.

¿Cómo es posible que haya millones de personas piensen que es cierto lo que relata "el código Da Vinci"? En realidad, nos gustan más las leyendas, los mitos que la historia: los cristianos más fervorosos, creen que una mujer puede dar a luz un niño sin la intervención de un varón; los musulmanes que Mahoma viajo en un caballo alado hasta Damasco; los mormones, que su libro sagrado proviene de unas nunca vistas planchas de oro cuya localización fue anunciada por un ángel? Eso sí, cada uno de ellos descalificara las creencias del otro tildándolas de mitología.

El engaño siempre existió, sí, pero antes todos decían luchar contra él. Ahora, por el contrario, se empieza a cultivar como una buena técnica profesional el revoltijo de trampas de lenguaje basadas en el sensacionalismo, los sobrentendidos, la insinuación, la alusión, la presuposición, los eufemismos. Y, si se trata de definir ese paquete, lo de encontrar la verdad; suena realmente a broma. Porque puede que estemos llamando a la verdad, la era de la manipulación". ¿Dónde hemos dejado aquello de que "afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias?...Ni se sabe tú?

Fermín González salamancartvaldia.es blog taurinerías

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