OPINIóN
Actualizado 09/05/2020
Ángel González Quesada

"...pero las esperanzas / no llegan al otoño...". MARIO BENEDETTI

El cuento es muy sencillo. Es preciso construir una esperanza elemental (esperanza: estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea). Porque no tener conciencia del lugar que uno ocupa en el mundo no es menos grave que pretender vivir de valores ya caducos. En la pandemia que amenaza al mundo, la incapacidad de demasiados representantes públicos para entender que su supuesta autoridad ya no existe, está creando situaciones (y riesgos) que desnudan la verdad de un organigrama político trufado de inútiles, incapaces e incompetentes. La visión centrípeta de la autoridad, la incapacidad para ver la propia dimensión (y la pequeñez) y la negligencia de muchos reyezuelos, está causando en los bosques oscuros de la cabeza daños difícilmente reparables, si un día fuese posible reconstruir algo parecido a una realidad vivible.

La parábola es, sin embargo, más cruel. En un punto perdido del Universo, flotando en la oscuridad punteada de trillones de partículas, en el más oscuro silencio de una nebulosa espiral que se despeña hacia el inabarcable instante de un tiempo indecible, un último filamento de diminuta luz se confunde con millones de otros: el Sol. Entre los planetas de gas y de metal que giran en torno a su luz, azulea de agua una diminuta roca esférica de casi cinco mil millones de años de edad, la Tierra, cuya piel dura se ha ido cubriendo de una vegetación ubérrima y opulenta desde que las algas azules verdosas emergieran de alguna orilla marina hace tres mil millones de giros y se diversificasen en especies, órdenes y géneros... Una de las especies, no la mejor adaptada al medio, adquiriendo conciencia de su supuesta superioridad, se ha organizado en núcleos de convivencia en una historia trampeada de civilización y barbarie. La especie humana, cuya aparición puede datarse en no más de dos millones de años, se ha apropiado de lugares y paisajes. No hay esperanza elemental (elemental: obvio, de fácil comprensión, evidente). No más que ayer se decretaron los límites de los territorios que decían poseer, se hicieron naciones y patrias donde nombrarse, se tejieron banderas y rayas en los mapas en un incomprensible deseo de no mirar atrás y creerse dueños de la tierra. Y de entre los cientos de naciones, divididos en comunidades, países, tribus, provincias, regiones, zonas y ciudades, la diminuta figura de alguien que se cree dueño de algo, quiere proyectarse al universo y grita, bracea, ordena y (cree que) manda.

Cuando la historia, y la Historia, se ha detenido para cambiar de dirección, y tal vez el tiempo de la historia habrá de referirse a un antes y un después de este ahora impredecible, el mezquino espectáculo de muchos cargos políticos intentando hacerse notar con decisiones, bandos, planes y previsiones, es tan patético como las promesas y tan falso como los plazos de recuperación de una realidad definitivamente terminada. En lugar de ayudar a forjar esa esperanza elemental (esperanza: valor medio de una variable aleatoria o de una distribución de probabilidad) que podría mantenernos verticales, y que quizá justificase que un día alguno de esos cargos tuvo significado, demasiados reyes del mambo en la antigua política y representatividad, pierden los papeles y el sentido del ridículo subiéndose a pedestales ya sin sentido, intentan sorber el fondo ya reseco del vaso de una autoridad representativa que ya no existe, y que si un día se les otorgó para fines hoy caducos solo propician ahora la evidencia de una escalofriante falta de adecuación a la nueva realidad.

El cuento es muy sencillo. Es preciso construir una esperanza elemental (elemental: fundamental, primordial). Porque no tener conciencia del lugar que uno ocupa en el mundo no es menos grave que pretender vivir de valores ya caducos. En la pandemia que amenaza al mundo, la incapacidad de demasiados representantes públicos para entender que su supuesta autoridad ya no existe, está creando situaciones (y riesgos) que desnudan la verdad de un organigrama político trufado de inútiles, incapaces e incompetentes. La visión centrípeta de la autoridad, la incapacidad para ver la propia dimensión (y la pequeñez) y la negligencia de muchos reyezuelos, está causando en los bosques oscuros de la cabeza daños difícilmente reparables, si un día fuese posible reconstruir algo parecido a una esperanza elemental.

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