OPINIóN
Actualizado 08/05/2020
Manuel Rodríguez Fraile

Tengo que confesar que llevo algún tiempo sin prestar demasiada atención (sólo la justa) a la omnipresente pandemia, me explicaré.

Como todos, escucho las informaciones, las recomendaciones, las variaciones de la situación, pero he desistido de leer o escuchar todo los artículos, comentarios, wasaps, debates, tertulias en directos o desde las casas particulares, críticas y contra-críticas y opiniones de "expertos soplagaitas" con pretensiones de notoriedad, y en ocasiones muy mala leche, etc. La presión ambiental es de tal calibre que he considerado conveniente, por higiene mental, asumir cierto distanciamiento terapéutico.

La situación es muy seria, nadie lo duda, pero se va soportando. Ya empezamos a oír hablar de algunos logros, de un progresivo desconfinamiento, de una nueva normalidad social, de fases progresivas, de reactivación económica y cosas así. Está claro que hay que continuar avanzando pero? ¿hacia dónde? Porque, siendo cierto que debemos ocuparnos y preocuparnos por la actualidad no lo es menos que hay que pensar en todo lo que se nos viene encima.

El contagio físico del coronavirus ha afectado a muchos miles de personas, pero el contagio mental nos está afectado a todos sin excepción. ¿Se producirá algún rebrote? ¿Habrá efectos secundarios en los que enfermaron? ¿y en sus cuidadores? ¿Dispondremos de un tratamiento o una vacuna eficaz? ¿De qué tipo y cuántas pequeñas y medianas empresas resistirán la espectacular caída del consumo? ¿Hasta cuándo podrán resistir las arcas del Estado los torniquetes de urgencia que se han colocado a toda prisa: supresión de impuestos, retraso de pagos de deudas, protección de salarios a los trabajadores, el pago de los expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), etc.

A medida que las fases establecidas en virtud de criterios sanitarios avancen, tendremos que aprender a gestionar el miedo social que flotara durante mucho tiempo en el ambiente cuando volvamos a ocupar las calles ¿Miraremos por el rabillo del ojo a las personas con las que nos cruzamos por no si no respetan la distancia de seguridad? ¿Nos convertiremos en confidentes de las autoridades denunciado posibles violaciones de las normas de conducta social establecidas?

Tendremos que aprender a hablar y también a escuchar con la mascarilla puesta en el transporte público y ver sólo medio rostro de nuestros interlocutores. Habrá que volver a mirar a derecha e izquierda antes de cruzar porque casi nos habíamos acostumbrado ya a no hacerlo por la falta de tráfico. Quizás nos cueste hacernos a idea de que no es necesario quedarse fuera de las tiendas y pedir la vez para entrar de uno en uno. ¿Nos seguiremos lavando las manos al llegar a casa con jabón o hidrogel? ¿qué conductas se normalizarán y pasarán así a formar parte nuestras costumbres y hábitos sociales y cuáles habrá que olvidar?

Sobre ese porvenir que se avecina hay muchas cosas que no tengo nada claras, pero en mi opinión, suponiendo que se llegue a consolidar la nueva normalidad de la que habla el Presidente, en adelante cualquier estrategia, planificación o programación que se ponga en marcha a futuro, deberá considerar tres cuestiones fundamentales: el medioambiente, la salud y la economía. Y deberá hacerlo en ese orden, porque las consecuencias que sobre última está teniendo el haber desatendido la salud las estamos viviendo y las de ignorar el medioambiente las observaremos a no mucho tardar.

Dicen los expertos que volver a la situación económica que teníamos antes de la pandemia sólo será posible tras superar más 20 duros años, no sé si llegaré a verlo, porque las caidas de la producción y el consumo causadas por un deficit de atención a las necesidades sanitarias ? medios materiales, económicos y humanos - necesarios para una adecuada atención a la salud; junto a los escaso recursos destinados a la investigación biomédica, al acceso a medicamentos o la despreocupación por el diseñado anticipado de protocolos de actuación que debieramos haber aprendido de situaciones similares vividas con anterioridad, etc.; ha provocado que en pocos meses un diminuto virus haya tirado por tierra millones proyectos y puesto fin a muchos años de ese ilusorio progreso social que creíamos gozar. Las secuelas del deterioro medioambiental no serán probablemente tan rápidas, pero seguro que serán mucho más catastróficas.

Por todo esto, la recuperación económica, que todos deseamos, debe impulsarse desde el sector salud y el sector medioambiental, porque ambos son capaces de generar, además de seguridad para nuestras vidas, importantísimas cifras de empleo, mejores tecnologías, nuevos y esperanzadores sectores productivo y con ello, riqueza.

Seguro que a la larga resultará mucho más productivo y beneficioso poder contar con infraestructuras, medicamentos, vacunas y tratamientos para proteger la salud de todos, que la fabricación temporal y por urgencia de respiradores, mamparas de metacrilato, guantes o mascarillas, aunque estas últimas sean diseñadas por grandes firmas de moda.

Seguro que será mucho más rentable y saludable poder contar con tecnologías avanzadas en la producción energía limpias y renovables (vamos esas que llamamos desde hace ya décadas alternativas) que continuar utilizando las contaminantes e irreversibles de hoy. Siempre es mejor y suele ser más barato, prevenir que curar. La economía lo domina todo, pero no puede ser algo que se oponga al bienestar de los seres humanos, y no lo será si se orienta a la conservación de su hábitat natural y de sus vidas.

César Rendueles, filósofo, sociólogo, y profesor de la Universidad Complutense de Madrid escribe: El mercado libre no es el resultado espontáneo de un instinto emprendedor innato en la especie humana. Hasta la modernidad, ninguna civilización ha sido tan idiota como para apostar su propia supervivencia material a la ruleta comercial[1]. Pues no continuemos haciendo idioteces.


[1] Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura. Seix Barral

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