OPINIóN
Actualizado 26/04/2020
Daniel Mielgo Barreña

Desde la Parroquia de San Andrés, Daniel Mielgo ofrece la Lectura del Evangelio de este domingo y un comentario al mismo

III DOMINGO DE PASCUA

> Lectura del santo evangelio según san Lucas (24, 13-35):

Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».

Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo: «¿Qué?».

Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:

«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

> EL CAMINO DE LA VIDA

Comenzamos un camino nuevo, quizá con curvas, como las de un puerto. Un camino que venimos recorriendo desde que nacimos. Nuestros padres nos enseñaron a caminar. No lo recuerdas, pero fue muy bonito. Tu madre te tenía de las dos manitas, tu padre te esperaba al otro lado. Poco a poco querías avanzar hacia tu padre y tu madre te iba soltando, primero una mano y luego la otra, hasta que sin ayuda, caminabas hacia la seguridad de los brazos de tu padre. Cierra los ojos e imagínate el momento y si ya eres padre o madre, recuerda este mismo momento con tus hijos?

Algunos llevamos caminando 40 años, otros apenas unos añitos, otros toda una vida de más de 80 años. Muchos ya completaron su camino. En algunos momentos quizá hemos sentido caminar y tropezar solos. En otros, nuestros padres nos han ayudado a caminar. Quizá tu pareja te lleve acompañando en el camino más de media vida o tus hijos? Siempre nos encontramos a gente por el camino de la vida: amigos, hermanos, abuelos, compañeros de trabajo que nos han acompañado para que el siguiente kilómetro no se hiciera pesado. Quizá en algunos momentos hayamos ido por la vida en un cochazo, en otros con una furgoneta, incluso en burro en algunas ocasiones y quizá con bastón cuando estamos llegando a la cima. Sólo han sido algunos medios para caminar, pero lo bonito es que caminábamos acompañados. Había un gps que nos acompañaba, aunque no siempre le hemos hecho caso porque pensábamos que se equivocaba de carretera o calle. Nosotros conocíamos mejor el camino para llegar antes. A pesar de todo, el gps recalculaba la ruta y nos volvía a hacer una propuesta. La voz del gps nunca se ha cabreado a pesar de nuestros errores al coger el camino equivocado. A veces lo hemos cogido equivocado por correr, por llegar antes. Otras veces por estar más pendientes del que pasaba por la calle que cruzaba. Pero el gps, pacientemente nos informaba de cómo coger el camino que nos llevaría al lugar correcto. Incluso nos avisaba del peaje que íbamos a pagar según la ruta escogida. Libres emprendíamos la ruta que más se ajustaba a nuestro destino. El gps nos ha propuesto muchas formas de llegar: a pie, en bici, en caballo, en coche, en bus o en tren. De cada una nos ha facilitado los tiempos, siempre imprevisibles según el tráfico o las condiciones meteorológicas, y nosotros libremente hemos podido escoger. Según el medio de transporte, habremos podido caminar en soledad o con más gente, pero siempre con la oportunidad de compartir el camino, e incluso compartir el medio para ahorrar, quizá también para hablar.

Ese gps es el Evangelio, es el camino que ya recorrió Jesús y que nos explica mientras caminamos. Caminamos como los de Emaús sin reconocerlo, porque quizá esperamos verlo con una corona de espinas, con las llagas y con pelo largo y barba. Pero en este Evangelio de hoy, ya se nos revela que Jesús pasa sin darnos cuenta, porque camina con nosotros desde que nacemos hasta que morimos. A través de las manos y los besos de nuestros padres nos guía en los primeros años, serán nuestros hermanos y amigos los que junto a nosotros caminen durante la adolescencia, en muchos de sus gestos de ayuda y de comprensión, se estará haciendo presente Jesús, que también fue adolescente y conoce bien la dificultad de caminar en esos años. Jesús estará en el amor de tu vida cuando te enamores, en los abrazos de tu pareja que harán que tu corazón arda al sentirte amado y querido como eres. Y quizá un día seas padre o madre y descubrirás que llevas a Dios en tu corazón para darlo a trocitos para tus hijos en ese comienzo de su propio camino. Por el camino, tus abuelos, tus amigos, tus catequistas, tus profesores, tus párrocos habrán partido el pan junto a ti tantas veces que quizá no hayas sido capaz de descubrir en ellos al único que puede guiarte por este camino dramático que estamos viviendo. Este camino es menos dramático cuando sabemos que no caminamos solos, que podemos ayudar a otros a caminar mejor. Jesús caminó junto a los de Emaús, como lo hace cada día con nosotros para que no tengamos miedo a nada. Hablémosle, nos escucha y de una forma u otra nos ayudará a encontrar la ruta que conduce al AMOR.

Jesús quiere que le dejemos entrar en nuestras casas para estar junto a nosotros. Le da igual que la casa no esté recogida o que haya momentos de voces. Si le dejamos entrar, seguro que encontraremos momentos de alegría, paz y orden interior que nos ayudarán a caminar mejor. Esta semana propongámonos descubrir a Jesús en los demás, para mirar con otros ojos a los que nos rodean, a los que vemos cada día.

Feliz Tercera Semana de Pascua.

Daniel Mielgo Barreña

Parroquia de San Andrés ? Ciudad Rodrigo

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