OPINIóN
Actualizado 23/04/2020
Charo Alonso

Tienen las calles un eco quieto, un sordo rumor de nada: a la plazuela los niños le faltan. Le faltan las bicicletas en el suelo, el camión de arena y se eleva, globo hinchado, la soledad del grito, de la pelota, de la llamada cuando, tambaleante, se aleja el pequeño que apenas camina, feroz en su independencia recién estrenada.

Al otro lado de la ventana, los niños dibujan arco iris, hacen deberes, pasan el día en pijama, la fiesta se alarga sobre el suelo, bajo sillas y mesas, junto a balcones y ventanas. Niños ahítos de pantallas, niños asomados al cristal de la nada. Niños que lavan sus manos y calladamente aguardan. Palpitan tras las paredes, galopan sobre las baldosas, se guardan y afuera en su lugar corren los perros, pasean sus dueños, se persiguen los fantasmas de su vuelo.

Niños que son pájaros al arbitrio de nuestro recelo. Niños presos, protegidos, polluelos bajo el ala de nuestro miedo. Niños nuestros.

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