Ayer me preguntaron, al final de una charla junto a los alumnos y compañeros de mi querida Universidad Pontificia, cuáles eran mis nuevas lecturas en estos días y, de pronto, me di cuenta de hasta qué punto no estoy leyendo nada nuevo durante esta cuarentena. Es más, reflexionando para contestar a la pregunta, fui consciente de que este diario lo es de relecturas salvo cuando se enfrenta a la realidad.
Solo más tarde ya, llegué a ser del todo consciente de que no solo no he sido capaz de leer nada nuevo estos días, sino de que me veo necesitada como nunca de acudir a lo conocido, a las palabras auténticas y que ya tengo contrastadas desde tiempo atrás, como ocurre con los buenos amigos. Por eso, probablemente en estos días han aparecido muchos de mis escritores de cabecera. No son todos los que están, pero sí que todos los que están lo son.
Todos deseamos si tenemos que pasar una cuarentena, hacerlo con nuestros seres queridos, ya sean familiares o amigos. También yo he buscado estos días mis lecturas cercanas. Es curioso, porque la charla trataba de por qué la poesía nos salva la vida? y ahora me estoy dando cuenta de que yo llevo un mes acompañada de aquellas lecturas que, a lo largo de medio siglo, me han mantenido a flote en los buenos y malos momentos de la vida.
En mi intervención, ayer, yo hablaba de resistencia, y ahí aparecía Juan Goytisolo y Henry Thoreau, y hasta Nicolás Gómez Dávila en este diario.
Yo hablaba de belleza, y ahí estaban, desde el primer día, mis poetas; Colinas, Llamazares, Juan Antonio González Iglesias, Puerto. Y María Zambrano.
Hablaba de la fe, y este diario no hubiera podido vertebrarse sin las lecturas, pero sobre todo sin las experiencias vividas con Fructuoso Mangas y con José Manuel Hernández. Y también con Xabier Pikaza (¡un teólogo recordándome a mí la diferencia vital entre el subjuntivo y el indicativo!), con Olegario González de Cardedal, con Santiago Guijarro,?
Yo hablaba de las experiencias más cotidianas donde la poesía sacia su sed, y ahí está Jesús Montiel con la mirada del niño que se asombra en todo lo que ve.
Yo hablaba de sanar las heridas de la vida, y ahí estaba Chantal Maillard.
Yo hablaba de los trascendentales, y ahí estaban, también, Emilio Lledó y Alfonso Ortega.
Y tantos otros, entrelazadas sus hojas como lo hacen algunas plantas que se enlazan entre sí hermosamente. Poéticamente. Aderezando todos ellos este diario como han hecho, y espero que sigan haciendo muchos años, con mi vida.
Foto: Asunción Escribano