Si no me fallan las cuentas, han fallecido en Salamanca, durante el último mes, trece sacerdotes, la mayoría de ellos a causa de la infección con la Covid-19, otros por enfermedades o padecimientos anteriores y distintos, la edad incluida. No sé si algún día podremos saber cuántos han fallecido por el virus, porque hasta hace poco, ahora no sé, solo se contabilizaban aquellos a quienes se les hubiera realizado el test, sobre todo el PCR, más lento pero más fiable, y hubiera resultado positivo.
Durante mis largos años de aprendizaje de qué fuera la democracia, en la forma de anhelo que durante los últimos quince años del franquismo parecía no poder conseguirse nunca y que empezamos a percibir como una cosa con posibilidades de futuro a raíz del fracaso de los golpes del 23-F de 1982, durante esos años, digo, me quedó grabado, entre otros, un principio práctico: a todo Gobierno nuevo hay que concederle al menos 100 días de margen, tanto para aplaudirle a rabiar, como para criticarle acerbamente, sin que esté prohibido ¡Solo faltaría!, estar de acuerdo o en desacuerdo con él, pues gozamos de libertad de pensamiento y de expresión, amén de otras muchas libertades arduamente conquistadas y felizmente gozadas por más de 40 años seguidos, por primera vez en la historia de nuestra patria (¿será políticamente correcto este concepto?)
El problema es que ahora sufrimos una situación excepcional, o por mejor decir, una pandemia que nos alarma a todos, Gobierno incluido, que es el principal responsable, por decisión de las urnas y por la implantación del mando único en la gestión de las crisis provocadas por el coronavirus Covid-19. Sin haber podido rodarse ¡menudo marrón le ha caído encima!
Ya he dicho más veces, que a falta de consejeros áulicos como los que tienen el Gobierno, los gobiernos, y las grandes compañías, para hacerme cargo de la situación solo tengo acceso a pequeñas parcelas de realidad, cuya comprensión se rige por dos principios básicos, uno de mi pueblo y otro aprendido en la Iglesia y en la Universidad:
Pues, señor, resulta que lo que yo veo es que no puedo hacer luto por mis amigos: no me han permitido asistir a ninguno de sus entierros, porque solo pueden ir tres acompañantes y yo lo entiendo, porque no soy familiar directo, porque soy mayor y por ser "población de riesgo". De modo que pasan y pasan los días y las semanas y, dado que como ser humano tengo horror al vacío, estos amigos sacerdotes están pasando, poco a poco, a la categoría de números fríos de estadística, sin cara ni ojos ni historia ni relevancia personal. Tampoco he visto ataúdes, salvo en una foto exclusiva que se coló en un periódico y sí que he visto una morgue de hielo vacía y, si está vacía, es que no hay muertos, porque en la sociedad global de la información, lo que no sale en el telediario ?en cualquier televisión generalista- simplemente no existe. Esto ya lo comprobé la semana pasada cuando, consciente de las muchas cosas que está haciendo la Iglesia echando una mano en esta pandemia, resulta que no veo casi ninguna en el telediario ni en las comparecencias de los ministros. Por otra parte, es un hecho que las iglesias están cerradas, para colaborar a que no se produzcan aglomeraciones ni por equivocación. Conclusión provisional: no sale en el telediario y está cerrada, por lo tanto no hace nada. No existe o merece no existir.
Y no solo veo, sino que, además oigo, y oí a mi Presidente del Gobierno antes de ayer por la tarde que esto es como una guerra; cada vez utiliza más metáforas bélicas, que recuerdan vagamente el "No pasarán" y la "Resistencia" contra el totalitarismo. Si estamos en una guerra contra el virus, es necesario estar unidos. Y ¿qué pasa en una guerra con el que no se une? Que es un traidor. En una guerra no se puede dudar, no puedes equivocarte de bando; o matas o te matan?o, si eres población civil, padeces por mucho tiempo "daños colaterales".
Ya estamos empezando a ver los daños colaterales que produce toda "guerra": muertos y pobreza. Pero los muertos son necesarios si, al final, se alcanza la victoria; pero como estos muertos no han vencido, sino que han perdido, poco a poco, con el tiempo, se convertirán en muertos abstractos, sin cara, sin historia, sin tragedia, sin duelo. No en su familia, pero sí en la conciencia general, electoral, de la sociedad. Los que sobrevivan y se aferren a la vida, si son adultos recibirán una renta básica, desde luego necesaria en este momento y yo la apoyo, y si son niños o adolescentes, un aprobado quasi general.
En esta guerra, de momento, casi todos vamos perdiendo, también las televisiones, porque tienen mala conciencia de la publicidad masiva que hicieron de grandes encuentros colectivos ?políticos, sociales, deportivos, culturales- que se produjeron cuando ya el virus campaba por sus respetos a primeros de marzo, de modo que de ninguna forma pueden caer en la trampa de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sino que deberán repetir y amplificar los "partes de guerra", que para eso estamos envueltos en una metáfora bélica.
Pero, si aceptamos la metáfora, esta "guerra" solo puede ser ganada por un ejército democrático comandado por los que saben de epidemias, especialmente los veterinarios, como es el caso de Alemania, y en el que todos y cada uno de los ciudadanos nos sintamos y seamos corresponsables y protagonistas, no solo los políticos. Es decir, en esta "guerra" no podemos aceptar una verdad única, por más que la proclamen todas las televisiones, porque la verdad es poliédrica. Y no podemos dejarnos vencer por el miedo, sino aceptar activamente las responsabilidades, porque el miedo conduce casi siempre a confundirnos de enemigo y a dejarnos vencer, sin lucha, por el enemigo verdadero. Se lo he oído estos días a un soldado español: al enemigo, respeto, no miedo, que el miedo paraliza, confunde y conduce inexorablemente a la derrota.