OPINIóN
Actualizado 16/04/2020
Antonio Costa Gómez

He pensado estos días mucho en la Terraza del Infinito, en Ravello, en la Costa Amalfitana. He soñado tantas veces en ir allí, he decidido ir el año próximo sin falta. Recuerdo una película con Humphrey Bogart que se desarrolla allí, he alucinado con esas esculturas de estilo griego delante de la inmensidad. Pero de repente pienso que mi balcón en Salamanca, en estos días de encierro por temor a la muerte, es la terraza del infinito. Porque veo el azul, siento el aire, miro la hierba en mi parque. Escucho la hermosa locura de los pájaros. Y presiento la vida infinita por todas partes.

En esta plaza la gente es muy sosa y no se asoma a los balcones para vivir. Solo se encierran en sus ideologías cuadriculadas o sus sectas, se muestran cicateros y sin altura de miras. Hace unos años Rajoy tenía culpa de las tormentas de nieve, de los fríos bajo cero, de todo. Recuerdo a un tal Losada gallego que en las tertulias decía: "No importa que haya calamidades, que la nieve caiga sin límite, las carreteras tienen que estar impolutas". Ahora Sánchez tiene la culpa del virus, tiene que pedir perdón. La gente no sale de sus cuadrículas, no piensa en empujar al lado de los demás, en que todos estamos del mismo lado, del lado de la vida.

Pero mi balcón es mi terraza del infinito. Porque noto dentro y fuera de mí una vida infinita, un rumor sordo que se extiende por todas partes. Porque tenemos millones de recuerdos, hemos leído infinidad de libros, hemos pasado tantas infancias. Porque hemos muerto muchas veces y hemos resucitado. Porque hemos escrito millones de libros, hemos levantado en el aire millones de niños, hemos trazado carreteras, hemos compuesto sinfonías. Y en cada persona solitaria que avanza con cuidado por la calle duermen montones de ríos, ciudades, amaneceres. Desde mi balcón yo huelo la vida infinita.

ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR

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