Se habla de continuo de lo global, que nos afecta a todos en tantos sentidos. Pero los seres humanos configuramos microcosmos más bien. Vivimos cada uno en nuestro pequeño mundo. El pequeño mundo del hombre, de que hablaran los humanistas. El pequeño mundo del ser humano.
Los pequeños mundos que vamos configurando, cada uno a lo largo de su existencia. Esos pequeños mundos que nos protegen y nos dan sentido. Esos pequeños mundos a través de los cuales se manifiesta el prodigio de la vida, que es el milagro más alto en el que estamos y en el que nos sostenemos.
Luego ?y de ello hablan las diversas teorías, tan en boga, de la red de redes; como ya lo hiciera, en la antigüedad semítica San Pablo, con su concepto del cuerpo místico? todos los diversos microcosmos en los que todos existimos y a los que todos pertenecemos se van vinculando, pero siempre por un motivo: porque todos realizamos actos muy parecidos, todos tenemos sueños que son análogos, aspiraciones muy similares.
Y es que funcionamos por arquetipos ?como propugnara C. G. Jung? o por universales ?como ya expusiera la filosofía medieval tomista, creada por Santo Tomás de Aquino?. Porque la mente de nuestra especie tiene una configuración. Lo mismo que nuestros sentimientos. De ahí que Antonio Machado hablara de los universales del sentimiento, que no son otros que el amor, el dolor, el tiempo, la muerte?
Estos días, tan extraños y dolorosos, en que, debido al virus corona, se van tantos seres del mundo, el dolor y la muerte nos acompañan. Pero, más allá de las estadísticas, las personas que se marchan pertenecían a determinados y concretos microcosmos, de ahí que, en sus ámbitos, se las llore y se sufra su ausencia. Porque somos algo más que números y que estadísticas.
Pero, a esta adversidad global, es verdad, que padecemos, hemos de oponer otra fuerza que se halla en nosotros, que nos vincula y que nos da sentido: la del amor, la de los afectos y, lo que todo ello se deriva: el apoyo mutuo, la disponibilidad, la entrega, la ayuda.
Esas disponibilidad, entrega y ayuda las vemos estos días en todo el personal sanitario, en los que mantienen las infraestructuras de la alimentación y de otros servicios sociales necesarios, para que, en este tiempo de precariedad, la vida ?y todos nosotros que formamos parte de ella? pueda sostenerse y mantenerse. De ahí el sentimiento de gratitud hacia todos ellos que ha de surgir de los demás, de quienes nos beneficiamos de tales servicios.
Porque, más allá de disputas y de luchas, el ser humano se salva, nos salvamos por el amor, por ese arrimar el hombro, tan necesario en estos momentos. Octavio Paz, en "Piedra de sol", uno de los poemas contemporáneos más hermosos en nuestro idioma, afirma esa fuerza del amor: "amar es combatir, es abrir puertas, / dejar de ser fantasma con un número / a perpetua cadena condenado / por un amo sin rostro".
Ese amor que, en el sentir de los románticos, hacía temblar el cosmos, el cielo y las estrellas. Ese amor por el que estamos atravesados todos y que, en este tiempo de precariedad, hemos de manifestar a través de la disponibilidad, de la ayuda, de la gratitud.
Porque también nos pertenece ?frente a ese aparente triunfo de la muerte, que parece imponer su ley en estos días aciagos? la perspectiva de la resurrección.