OPINIóN
Actualizado 08/04/2020
Manuel Alcántara

Querer escribir acerca de algo que no sea de lo que la gente obsesivamente escribe hoy es una forma poco convincente de engañar a la escritura. Aunque es una querencia legítima resulta una engañifa vana. ¿En qué medida es posible aislarse del entorno? ¿Cómo dejar de lado el bagaje de lo mucho leído en los últimos días? ¿Hasta cuánto el mono tema no dicta lo que se piensa? ¿Qué vericuetos confronta el pensamiento hasta llegar a uno que se cree prístino? ¿Tiene autonomía plena la ficción? Pero, por otra parte, ¿por qué desear escribir sobre algo diferente?

¿Y el lector? Pareciera que el ejercicio de la lectura se disocia del medio en que se da. Uno lee en un vuelo transatlántico el mismo libro que durante la hora de la siesta en la canícula vacacional, en condiciones de deterioro de la salud o de pletórica vitalidad, solo o en compañía, bajo el estado de sitio o en la más plena libertad. Cierto que siempre se podrá decir que la lectura es diferente, que los subrayados mentales que hacemos son desiguales, en fin, que lo que va a quedar grabado en la memoria será distinto.

¿Era Mary Godwin consciente en 1816 cuando empezó a esbozar su Frankenstein que la rara oscuridad que se extendía durante días y días cubriendo la placidez de la atmósfera del lago Leman estaba producida por la masiva erupción el año anterior del volcán Monte Tambora a miles de kilómetros de distancia? ¿Habría tenido importancia para ella? Para quien hoy regresa a leer aquellas páginas memorables ¿es relevante el ambiente de enclaustramiento y de humedad que rodeaba a la compañera de fatigas del poeta Shelley y a sus acompañantes, su asistente Polidori, Lord Byron y su pareja Claire Clairmont?

¿Cuál es el grado de incidencia del contexto para León Tolstoi y Vasili Grossman? El primero, escritor burgués muy reconocido en medio del esplendor de la Rusia zarista, escribe, convaleciente tras su caída de un caballo en una cacería, Guerra y Paz; lo hace medio siglo más tarde de la campaña rusa de Napoleón. El segundo, un periodista patriota soviético con una experiencia de más de mil días en el frente donde toma notas para redactar Vida y destino, envía su obra para publicar en 1959, ya en plena desestalinización, pero no verá la luz hasta 1980 en Suiza, 16 años después de su muerte. ¿Importa esto a los lectores actuales de ambos?

Escribo vacilante, mirando de vez en cuando por el balcón. Busco ¿inspiración? que me hurtan las hojas brillantes de las palmeras y del bambú mecidas por el viento. Las montañas que recortan el azul del cielo no sirven tampoco. Al contrario, me distraen y me enredan en ideas confusas, deshilvanadas. Ajeno a la disciplina del texto académico, de la conjunción del sujeto con el predicado para validar hipótesis o, al menos, para describir la coyuntura, leo entonces desaforadamente, desconociendo qué poso generarán esas páginas o el propio alcance de estas líneas.

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