OPINIóN
Actualizado 06/04/2020
Antonio Matilla

¿Dónde está Dios en esta pandemia? Algunos cristianos profundos sostienen que lo mejor que podemos hacer es no hablar, callar y contemplar, dejar en paz a Dios y tomarnos en serio nuestra propia fragilidad, nuestra incertidumbre, nuestra angustia, nuestro sufrimiento y el de los próximos, nuestro duelo inconcluso en estos tiempos paradójicos en que el amor se demuestra distanciándonos de los seres queridos. Hacer silencio para que Dios pueda hablarnos; ayunar de tonterías, de superficialidades, de tanto correr, ir y venir, de tanto activismo. Este silencio, tanto desde el punto de vista espiritual como meramente psicológico es necesario y conveniente. Es más, el silencio, El Gran Silencio -¡Magnífica película!- es la condición de posibilidad de La Palabra.

Pero, a la larga, los creyentes somos creyentes porque escuchamos y dejamos que La Palabra nos hable, el Logos al que canta el evangelista Juan en el Prólogo de su Evangelio. Es decir, que todo tiene explicación; otra cosa es que esa explicación supere nuestras entendederas.

No podríamos escuchar bien el canto de los pájaros y el rumor del agua del arroyo si fuéramos al campo con los cascos de música a tope de volumen en las orejas. Por eso es necesaria la disciplina del Silencio, porque La Palabra nos viene "de fuera" y "desde dentro". Es necesario el silencio para dejarnos habitar por La Palabra que viene "de fuera" a través de varios canales: la Biblia, La Ciencia, los profetas -que en todas las épocas los hay, y quizá en mi propia casa-, los compañeros creyentes de mi comunidad ?en principio, nadie es más que nadie ante Dios, sino todos buscadores-. Pero la Palabra también nos habla "desde dentro", porque, como ya experimentó San Agustín, "en el interior del hombre habita La Verdad".

En estos tiempos de pandemia es necesario ponernos en disposición de escuchar a Dios, a la Naturaleza y a sus intérpretes válidos, aunque siempre provisionales y perfectibles, que son los científicos, los poetas y los artistas. También es necesario escucharnos a nosotros mismos sin engañarnos, identificando los miedos, las incertidumbres, las angustias y los deseos más profundos. Escucharnos a nosotros mismos requiere un largo aprendizaje y una disciplina en la que podemos dejarnos ayudar por los maestros espirituales pasados y actuales, lejanos y de proximidad y por los psicólogos, los sociólogos ?somos animales sociales- y también, modestamente, por los filósofos, porque como muy bien intuyó Leibniz, somos "mónadas", de modo que todo el Universo está de alguna manera contenido en las hélices de nuestro ADN, tanto el bioquímico como el cultural, en las circunvoluciones de nuestro cerebro como en los rinches de nuestra memoria y de nuestro almario.

Bueno, pero ¿Dónde está Dios en medio de esta pandemia? Dos respuestas provisionales, tomadas de la Liturgia católica: colgado en la Cruz y ausente del sepulcro que cariñosamente le prestó el bueno de José de Arimatea por tres días, pues como ya anticipó Jesús, "el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Hoy tocaría insistir en lo primero, en la muerte, en la cruz, pero no puedo olvidar que dentro de cinco-seis días celebraremos el sepulcro vacío.

Colgado en la Cruz: Dios está sufriendo y tal vez muriendo intubado por el respirador. Jesús sufre con la fiebre persistente durante tantos días; se ahoga porque le falta aire. Jesús se desfonda y cae en tierra una y otra vez en la extenuación y la impotencia de médicos, enfermeras y cuidadores, angustiados por la potencia desatada del mal y por la impotencia frustrante de sus propias manos, que no pueden salvar a todos. Jesús sufre la soledad y el abandono de Getsemaní en la soledad de tantos ancianos "solos en casa" o en las residencias. Las espinas vuelven a punzar a Jesús en el confinamiento de todos. Los latigazos de la Flagelación laceran ya las espaldas de los que están perdiendo el trabajo, con o sin ERTE, y golpean a los pequeños negocios que no tienen colchón financiero suficiente. Y si Dios está sufriendo de esta manera entre nosotros ¿qué pasará en Venezuela y en Latinoamérica, en general ?en Ecuador ya hay muertos en la calle-, y entre los millones de pobres de Estados Unidos, que no tienen un Sistema Sanitario que les garantice casi nada? ¿Qué estará pasando en África?

Ausente del Sepulcro que con tanto cariño le prestó su amigo José de Arimatea. Jesús, en el Sepulcro, ni está ni se le espera. Los cristianos decimos y creemos que venció a la muerte porque fue resucitado por el Amor del Padre, que Dios es Amor y el Amor no pasa nunca. En la noche del Sábado Santo, en la Vigilia Pascual, celebramos la victoria del Amor sobre la muerte, el inicio de la Creación Nueva, la Resurrección de Cristo. Y el Espíritu de Cristo resucitado también está presente en esta pandemia del Covid-19. Y como el Espíritu de Dios sopla donde quiere, se hace presente en los sanitarios que ofrecen su profesionalidad y su vida, que muchos se han contagiado y algunos la han entregado; de manera harto pobre manque entusiasta se lo reconocemos todos los días a las 8 de la tarde. Jesús no vino a ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por todos, como así está sucediendo con los sanitarios, pero también con los policías nacionales y locales y guardias civiles y militares y agentes de seguridad y de Protección Civil. Y con los voluntarios y los vecinos que se organizan para atender a los mayores, e incluso a los contagiados aislados en su domicilio del bloque o de la Urbanización. Y con la niña que, aislada durante semanas de su madre enferma dentro de la misma casa, no solo no se desespera, sino que la ayuda y aún le sobra alegría para celebrar su duodécimo cumpleaños; creo que en pocos días ha madurado un lustro porque los niños están comportándose como verdaderos héroes diminutos en tamaño, no en el alma. Y La Palabra, El Logos, el Espíritu de la Verdad se encarna en las cabezas, en las manos y en las herramientas de los Laboratorios de investigación biológica y farmacológica que trabajan contrarreloj, aunque respetando los ritmos y los protocolos de investigación, para buscar medicamentos o vacunas contra el Covid-19. Si a una cajera o a un reponedor de supermercado le hubieran avisado de que su tarea iba a ser esencial para la salud y la vida de sus conciudadanos, habrían pedido un sustancial aumento de sueldo; sin embargo, mínimamente protegidos, no echan cuentas de las horas de entrega y de servicio esencial a la comunidad?Y así podríamos poner ejemplos hasta el infinito: el grupo de superjubiladas que fabrican doscientas mascarillas caseras reforzadas y las hacen llegar por medio de un taxista voluntario, que no cobra el servicio, a una residencia de mayores que carecía de ellas pero donde, por suerte, no había ningún contagiado. Otro triunfo del amor y la gratuidad. Otra forma de poner al prójimo por delante de uno mismo y del propio egoísmo.

Muchas formas de pensar tendrán que cambiar, o deberían hacerlo. Por hoy, citaré unas pocas: ya es hora de que todos los Gobiernos y la mayoría de los ciudadanos urbanitas caigamos en la cuenta de la tarea tan importante que desempeña "la España vaciada" para la Salud y el bienestar de todos, incluida la Casa Común. ¿De verdad la Agricultura, la Ganadería, la caza y la Pesca son solo el 3% del Producto Interior Bruto? Alguien no ha echado bien las cuentas. O no le pone valor económico a lo que es esencial para la Vida.

Y un pequeño añadido: Alemania también está siendo atacada por la pandemia, pero su índice de mortalidad es muy inferior al nuestro. Me he enterado de que el responsable alemán de la lucha contra la pandemia es el epidemiólogo veterinario Dr. Lothar Wieler, pues los veterinarios son los que más saben de cómo gestionar pandemias. ¿Por qué en el Comité español no hay ningún veterinario?

Acabado el artículo me entero de que ha fallecido el sacerdote filósofo y teólogo D. Juan de Dios Martín Velasco, que fue mi maestro allá por el curso 1966-67 en el Seminario "García Morente" en Madrid, cuando yo no tenía aún madurez suficiente para ser su discípulo. Gran hombre lleno de sabiduría, de paz y de sentido eclesial. Descanse en paz.

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