OPINIóN
Actualizado 05/04/2020
Charo Alonso

Los puentes por los que nadie pasa se entrecruzan con las vías. Es un enrejado de cárcel, una geometría de confinamiento. Tachamos los días, la lista de tareas, la enumeración de las faltas. Y se suceden los números como los travesaños de las vías. Es un tren repleto que no va a ninguna parte, matemática progresión hacia la falta.

La esperanza es ese cachito de sol sobre el suelo que viene y va, calienta y enfría el ánimo mientras enmudece el teléfono de las malas noticias, de las cuentas que pasan y los nombres que cesan. Hay un silencio con cada vacío, un hueco que no habitan ni el consuelo ni el acompañamiento. Amordazados estamos y las manos resbalan y no estrechan. Sin embargo, a través del cristal, cose mi vecina las puntadas solidarias, su música callada de motor e hilo que hilvanan las costuras de los días y la veo levantar el rostro fatigado. Verónica que enjuga todas las lágrimas mientras por la ciudad vacía procesionan ahora las cruces vacías.

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