Quién no se ha quedado prendido de una de esas batallitas que cuenta el abuelo, fueran reales o no, historias de éxito o de fracaso, pero que, en la mayoría de los casos, encandilan a los niños cuando se las cuentan por primera vez. Ellos, los abuelos, se merecen un acto de gratitud. Les debemos lo que somos y lo que tenemos.
Sí, va por ellos, por todos los mayores, por los que se fueron y por los que aún están con nosotros. Por esas generaciones que vivieron la guerra, sufrieron la postguerra, lucharon con fuerza para sacar a la familia adelante, levantar el país, traer la democracia, los derechos civiles, la libertad y el desarrollo, tanto social como económico. Por esos que dieron a sus hijos lo que ellos no habían tenido: paz, estudios y bienestar. Por esos abuelos que de forma abnegada se entregaron al cuidado de sus nietos y que cuando llegó la crisis de 2008, con su humilde pensión se convirtieron en el sustento de su prole ya emancipada, pero que la dureza de la crisis les hizo tornar nuevamente la mirada hacia la casa de sus padres y abuelos en los cuales apoyarse, para seguir viviendo. Va por ellos, por nuestros mayores, un canto de gratitud, cariño y esperanza.
No podemos dejarles abandonados ahora que la pandemia del coronavirus trata de cebarse en ellos, principalmente. No podemos quedarnos de brazos cruzados y permitir que determinadas políticas, puestas en práctica en la lucha contra la pandemia en algunos países, sean de la ideología que sean o se practique donde se practiquen, dejen morir a los ancianos fuera de los hospitales. Siendo estos el último lugar donde se encuentran los posibles recursos para que sigan con vida y, en último extremo, encontrar la mano tendida de ese personal sanitario que está a su lado para que no muera en soledad.
Porque ellos, los mayores, no pueden irse con la sensación de que, si son infectados por el Covid-19, les dejamos morir. No se merecen eso. Ya sabemos, ellos saben que, por ley de vida, se irán los primeros. Pero quien minimiza la muerte de los mayores, pone de manifiesto su pobreza moral y su falta de responsabilidad para con ellos.
Más allá de la política que se practique y de lo mucho que se lo merecen, es un acto humanitario y de responsabilidad social, hacer todo lo que esté en nuestras manos, tanto a nivel colectivo como individualmente y, aunque sea en la lejanía, impuesta por las circunstancias, perciban las ayudas y los gestos solidarios de la empatía y la unión entorno a ellos. Porque la grandeza de una sociedad se mide por la manera en que cuida y trata a sus mayores.
Aunque alguno de ellos, ya en la ancianidad, han vivido cosas muy duras como la guerra civil, europea o mundial y los más las secuelas de las mismas, es muy triste que ahora, ya en el retiro de su vida, tengan que vivir en soledad esta terrible enfermedad, sin poder ser abrazados por su familia ni recibir el cariño de sus amigos de forma directa. Sirvan estas líneas como un gesto humanitario y cariñoso abrazo, para que ninguno de ellos sienta que se va en soledad.
Es un canto a la vida, sí, a la vida de todos y especialmente a la de nuestros mayores, que Vanesa Martín ha sabido interpretar muy bien. De su letra tomo prestado el siguiente verso:
No te me caigas hoy,
cógeme fuerte y seguiré
contigo.
Pero no se pierdan el poema completo. Además de emocionarnos con su canto, Vanesa ha querido que los ingresos derivados de su canción, vayan al plan con el que Cruz Roja intenta contribuir a paliar los efectos del Covid-19. Aquí tiene el enlace a la canción:
Aguadero@acta.es