OPINIóN
Actualizado 02/04/2020
Toño Blázquez

(A Miguel Ángel García, por lo que removió en mí)

No les voy a aburrir (sería mi mayor pecado). Tan solo unas palabras para recordar con un cariño y admiración muy especial al padre Miguel Ángel, que falleció tristemente hace un par de días apenas pasados los sesenta años.

Como muchos (as) soy católico, viví mi adolescencia en un colegio religioso, interno; tres años. Y lo recuerdo con agrado porque creo que aquel tiempo sirvió en mi vida para aclarar conceptos fundamentales en lo que llamamos educación. Básicamente diferenciar el bien del mal y los postulados básicos de la amistad, el compañerismo, la obediencia, tener criterio propio?en definitiva que para ser un hombre de provecho robar bancos no era el camino más acertado. Nuestro director era cura, un hombre grandote y bonachón.

Después, la vida y sus circunstancias te va inhibiendo de las cosas de Dios, salvo en asuntos relacionados mismamente con la BBC (bodas, bautizos y comuniones). Y en la asolerada juventud y madurez lo que se va imponiendo son los funerales. Ahora estoy en la edad en que el pico de los funerales llama poderosamente la atención. Cuando no es un familiar, es un vecino, un pariente lejano, un amigo, etc.

Ir a Misa no entraba en mis planes rutinarios del día a día. Ya hacía tiempo que me aburrían soberanamente los discursos desde los púlpitos. El sustrato de aquellas letanías no me parecía ni bueno ni malo, sencillamente era un chirimiri que no me calaba en absoluto. Incoloro, insípido y, en la mayoría de los casos, con reflexiones que mi entendimiento no lograba descifrar. Con lo cual, ir paná pues paqué vas.

Pero en una de esas visitas a La Clerecía me quedé sorprendido con las formas y la actitud cordial e inteligentemente cercana y jovial de un cura. Me costó saber su nombre, identificarle. Me llegó tanto y tan bien su discurso sin leer, a palo seco, plantado allí delante, en la parte de abajo del altar, con micro de corbata, inciando el relato al texto bíblico, que seguí sus palabras con sumo interés. Pensé: me interesa lo que dice este cura. Aquella homilía hablaba de cosas terrenales, no era un sermón sino una amable charla en la que quería interactuar con la gente joven fundamentalmente. De hecho el padre Miguel Ángel era responsable diocesano de la Pastoral Universitaria.

Y volví a Misa por él, para escucharle todos los domingos en la Clerecía. Hasta que se fue y yo volví a la sincronía rutinaria y laxa de un gris ciudadano descreído.

Y en eso ando, buscando afanosamente otro Miguel Ángel que me restituya.

Por eso, sin haber hablado nunca con él, me siento bien recordándole y triste por no volver a escuchar su voz.

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