OPINIóN
Actualizado 01/04/2020
José Amador Martín

Esperaremos por siempre, suplicando a la luz de una vela y ante la eternidad de unos ojos que se rindena la realidad del silencio,que este tiempo se acabe.

Cada día llega a la ciudad solitaria un viento silbante, olvidado en la noche, en las horas del abismo; ese viento que sin llamar a la puerta crispa a los fantasmas de los sueños y acaricia la muerte, ese viento hecho aura suspendido en el cielo alzado de la ruina que es lo humano, con rumor de paisajes de cristal en los que canta la aurora donde nace el amor y la esperanza se mece entre mieses de promesas y de sueños, que se enlaza en las sedas impalpables de la noche a la luz de mil soles.

Esa Luz que inunda las cancelas con la costumbre de la hora y el paisaje, que vino a acompañar el paseo del solitario del hombre que vaga por la ciudad de la memoria con el amor y la música que nunca destruyó, con la devoradora llama que cae como rocío.

Estoy inmóvil

ante la frialdad de la realidad

Ninguna extraña sonrisa

me trastornará al fin.

Somos presos del silencio

y de observar el dolor

Apenas si podemos escuchar

los latidos del corazón,

sólo sabemos

que no somos nosotros quienes morimos

ni aquellos quienes viven.

Somos lo que somos

confinados en la nada

sangrando por un raro encuentro

con la desesperanza

Esperaremos por siempre,

suplicando a la luz de una vela

y ante la eternidad

de unos ojos que se rinden

a la realidad del silencio.

Sentimos las sirenas del espanto

nos devora la obsesión, de sus sonidos

tanto como la noche devora a la luz,

como el silencio y la ausencia

devoran a la ciudad.

Nunca me había sentido así,

lejos y solo de los demás,

pudieron pasar días

o solo un segundo, tal vez

sin embargo es igual,

cada sueño es un deseo fragmentado

en soledad y amor

por una muerte extraña

que aguardamos

en la oscuridad

por la eternidad de los ojos

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