Cuenta una fábula persa que, un día, un caminante halló un trozo de barro tan aromático, que su perfume llenaba toda la casa.
-¿Qué eres tú? ?le preguntó el caminante-. ¿Eres alguna gema de Samarcanda, algún extraño nardo disfrazado o alguna otra mercancía preciosa?
-No. No soy más que un trozo de barro.
-Entonces, ¿cómo tienes este aroma maravilloso?
-Amigo, te voy a revelar un secreto: He estado viviendo junto a una rosa.
Todo se pega, menos la hermosura, decimos. Y basta tocar o estar junto a una persona que fuma o perfumada, para que su perfume se quede impregnado en nuestro cuerpo y en nuestra alma.
Los animales, especialmente los perros, olfatean, rastrean la presa, huelen a cualquier persona y animal que se les acerca. Lo mismo hacemos las personas, pero más disimuladamente. Huele bien, huele horrible, huele natural, huele? Son expresiones que usamos cuando hablamos de un amigo o de una persona que nos hemos encontrado por primera vez. Nos acercamos a los buenos olores, y nos alejamos de aquellos que nos resultan molestos: pobres, enfermos, miseria.
Hay olor a bien, a bondad, a generosidad, a entrega, a cariño, a amistad, a sabiduría, a fortaleza, a caridad, a alegría, a paz, a mansedumbre, a paciencia. Pero hay, por desgracia, cierto olor a podrido, a corrupción y a muerte. Existe la corrupción por fraude, por estafa, por abusos de poder; por injusticia y violencia, por mentira y por engaño.
Hace unos días nos desayunamos con la noticia de la muerte de Fructuoso Mangas, ex párroco de la Purísima. Un hombre que pasó haciendo el bien y a quien todo el mundo quería. Un hombre que regalaba el buen olor de Cristo.
Desde su ordenación sacerdotal, hace 57 años, este presbítero se volcó en su tarea pastoral y social, junto a los más desfavorecidos. Voluntario de Manos Unidas desde hace 53 años y consiliario de la organización desde hace más de dos décadas.
Emi Castellano, escribe en su Bitácora, que una feligresa le había contado que entre sus muchas aficiones, le gustaba hablar de la Odisea, de cuyos relatos hacía ingeniosas comparaciones que adaptaba a su predicación. Me contaban que solía referirse a Ítaca como si fuera el cielo, llamándolo "su casa". Me ha parecido una lindura ingeniosa.
D. Fructuoso tenía muchos dones, entre ellos sobresalía el don de la palabra y de la pluma. Y desprendía, cierto olor a Cristo y a humanidad y se le veía que era un hombre de Dios.
Que desde cerca del Padre, nos eche una mano para ser también nosotros buenos hijos de Dios y hermanos de todos y pasar, como él y Jesús, haciendo el bien sobre la tierra.