OPINIóN
Actualizado 31/03/2020
María Fuentes

"La fragilidad del cristal no indica debilidad sino calidad". No recuerdo el momento exacto en el que escuché esta frase, ni podría decir de quién es, pero me pareció francamente magnífica. La debilidad está llena de connotaciones positivas que nos cuesta apreciar por su vinculación automática y directa a relacionar este término con tristeza y con vencimiento.

Nos vemos inmersos estos días en una batalla en la que los débiles están siendo los más perjudicados, no porque ellos no sean fuertes como ya nos lo han demostrado a lo largo de sus días, sino porque los débiles, que son el motor, el referente y el espejo de muchos, no hacen tanto ruido como otros colectivos y no se le está dando la prioridad que merecen. Hablo de nuestros mayores, que estos días contamos sus fallecimientos por centenares. Y eso duele en lo más profundo.

El coronavirus sigue golpeando a las residencias de mayores, en las que cada día va aumentando el número de muertos y contagiados. La residencias de Salamanca suman 69 fallecidos desde el comienzo de la crisis; 33 perdían la vida por el citado virus mientras que 36 lo hacían con síntomas relacionados con él.

Duele cuando nos llegan las condiciones absolutamente complejas en las que están sometidos esos ancianos. Los profesionales de estos centros no paran de denunciar sus escasos recursos cuando se le da voz. Aseguran que le faltan mascarillas, guantes de nitrilo, tests rápidos... El Gobierno sigue sin una respuesta firme cuando cada día muchas personas están muriendo. No es el momento de buscar responsables, pero sí habrá que hacerlo cuando todo esto pase y esto debe tener consecuencias para muchos. Ha habido negligencias y una sucesión de errores que no pueden pasarse por alto. Aquí no entra en juego el color político, en esta batalla están en juego las vidas.

Los mayores son como ese espejo que mencionaba al principio. Son los más débiles, los más indefensos, los más vulnerables, sí, pero su calidad humana es comparable a pocas cosas. Los recuerdo luchando contra esto con su fuerza y su garra tan propia, tan tierna. Ellos no pueden hablar de su infancia porque no conocen los tiempos de paz, sólo los de guerra que tanto dolieron; saben bien lo que es la muerte y el sufrimiento y aun así, han sido capaces de educar a sus hijos con unos valores como muchos nunca vamos a poder. Entre las muchas cosas que vamos a sacar de este covid-19, ojalá una de ellas sea que la sociedad se conciencie de la protección a este grupo de personas que permitieron con su trabajo tener hoy la libertad de la que gozamos. Yo sé para quién va a ser el primer abrazo cuando estos días de confinamiento acaben, y va a ser para el débil más fuerte que he conocido nunca.

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