Por primera vez en mi vida tengo que encabezar una carta sin el querido? o querida? que me enseñaron de niña, pero a ti solo puedo dirigirme llamándote maldito, porque maldades es lo único que sabes hacer.
En primer lugar tengo que confesarte algo que me duele reconocer pero es así y debo hacerlo: cuando supimos de tu existencia, todos nos equivocamos, también yo. Nos dijeron que campeabas a tus anchas por China, y aunque lo sentimos por ellos, no nos preocupamos por nosotros, China nos quedaba tan lejos que las redes sociales se inundaron de chistes que protagonizabas como si en lugar de un enemigo fueras un héroe, de bromas ingeniosas, de historietas graciosas, y mientras que unos huían de los chinos por si las moscas, otros censurábamos tan absurda actitud y nos sentíamos seguros: éramos españoles, no chinos. Pero en un abrir y cerrar de ojos decidiste cruzar fronteras para recorrer todos los países del mundo y llegaste al nuestro con tal fuerza que hasta los chinos, en un ejemplo de civismo, han tenido que echarnos una mano, porque esta España que parecía ser el Paraíso Terrenal, está demostrándoles a los gobernantes lo que nunca quisieron ver: que su "espléndida" gestión tenía más de teoría que de práctica. Y aquí nos tienes, confinados en nuestras casas, y muy preocupados por los que no pueden estar en ellas.
No sé si eres el resultado de la selección natural, no sé si eres el producto de la ingeniería genética, hay opiniones para todo, solo sé que has transformado nuestras casas por completo. Los salones se han convertido en campos de fútbol, en plazas de toros o en granjas de las que entran y salen animales tanto domésticos como salvajes; los dormitorios son ahora las aulas donde se hacen las tareas escolares; los pasillos son las avenidas por las que paseamos del baño a la cocina y de la cocina al baño sin tener que coger el bolso y ponernos los zapatos, y los balcones, ¡benditos sean!, se han convertido en los parques donde todos los días, a las ocho de la tarde, salimos para tomar el aire mientras saludamos a los vecinos y juntos aplaudimos a todos los que cuidan de nosotros para darles las gracias. Que nos has dejado sin Semana Santa, sin vacaciones, sin bares, sin fútbol, sin teatros y a nuestros niños y a nuestras niñas sin saber si les valdrán sus trajes de primera comunión cuando puedan hacerla porque todo indica que en mayo no va a ser posible. Y lo más terrible de todo: nos estás dejando sin personas mayores, esas personas que mayoritariamente vivieron la guerra, pasaron hambre, sufrieron la dictadura, trabajaron mucho y ganaron poco, emigraron a países sin saber más idiomas que el suyo y el de los gestos, vivieron la incertidumbre de la Transición, la del 23F? Imposible no recordar en este momento a los padres de una amiga mía en un pueblo extremeño donde pasando unos días me sorprendió el afortunadamente fallido golpe de Estado. El padre llorando, la madre rezando, los dos rogándonos que nos dejáramos de discotecas y nos metiéramos en casa cerradas a cal y canto. El fantasma de la guerra se les alzaba amenazante y, según ellos, preferían morir antes que volver a ver aquello. La mayoría de estas personas no han tenido más alegría que la de conseguir que sus hijos vivieran mejor que ellos, y en no pocos casos, más acostumbrados a las obligaciones que a los derechos, les ayudaron a pagar el piso, a criar a sus nietos, a mantener limpias sus casas, y ahora, como si en lugar de un premio merecieran un castigo, llegas tú y te los llevas en masa, y se mueren solos, y solos tienen que ser enterrados, sin oraciones en voz alta, sin velatorio, sin misa, sin flores? como seres malditos de los que hay que huir. ¿Cabe mayor injusticia?
Por ellos, por sus familias y por todos, solo te pido una cosa: que te mueras de una pu? ñetera vez y nos dejes vivir en paz. Esta guerra ya la has ganado. Puedes darte por conforme. Espero pues que esta sea mi primera y mi última carta.